miércoles, 17 de enero de 2018

Cuando conocí la Violencia de Genero

Año 2009. Lomas de Zamora.

No discutían. Él le recriminaba cosas. Muchas cosas, todas juntas. Le decía que estaba cansado de verla bailar tan cerca de "ese pelotudo". Ella se defendía de las acusaciones. Alzaba la voz cada vez más. "Basta...Dejame bailar con quien yo quiera", repetía.

Al parecer, esa respuesta no le gustó al muchacho. Desencajado, alzó su mano derecha y la empujó. Ella cayó al piso. Él se acercó para mirarla desde su lugar e insultarla. Usó una palabra que ni vale la pena escribir. La repetía una y otra vez. Ella, desde el piso, estiró sus piernas para defenderse como si estuviera pedaleando. Él la pateaba cual bolsa de basura. A esa altura, ya era una imagen despreciable, repudiable. Él era un violento; ella, una víctima.

Todo, desde el inicio de la discusión hasta esa brutal patada, se dio muy rápido. Fueron segundos. Lo sé, porque estuve ahí, justo en la esquina de enfrente. Es el relato de un testigo principal. Venía caminando solo, cuando me percaté de semejante situación anteriormente descripta. Pero no quedó ahí.

Cuando todo estaba fuera de control, miré a mi alrededor buscando alguna persona que me ayude. No encontré a nadie. Mi mente me pedía actuar inmediatamente. El temor frenaba mis piernas, hasta que algo en mi interior me empujó. Crucé la calle mirando para todos lados, vi a un pibe que venía caminando por la calle opuesta. Le grité: "Flaco ayudame, le está pegando a esa chica". No me ayudó, igual seguí. Llegué a estar al lado de los dos. Ella seguía en el suelo, gritaba y lloraba. Él seguía pegándole patadas y emitiendo un listado horrendo de improperios.

Tardé 3 segundos en llegar e interponerme. Lo empujé con fuerza. En el movimiento, su buzo cayó al piso, justo al lado de ella. "Andate de acá, loco", le dije. Lo confieso, le grité con tanto temor a una represalia hacia mi persona que la voz sonó temblorosa. Aún así, seguí en mi acción. Me agaché para ayudarla. Con una mano la levanté, con la otra le arrojé el buzo en la cara al violento, para que éste no se acercara. Volví a exigirle que se retirara.

Ese temor interno de una represalia se fue, por suerte él se marchó. En su retirada, la señalaba con el dedo y le decía: "Deja de hacerte la linda con todos", "Sos una...", "No te quiero ver más". Cada palabra de él, me dolía más a mí. Recién ahí lo miré a los ojos para decirle: "¿Estás loco? ¿Porqué no te vas y dejas de molestarla?". Me miró, algo enajenado y a su vez avergonzado, pero su orgullo "varonil" dañado lo obligó a irse, en silencio. Tal vez mis palabras, con el llanto de la chica de fondo y mi mirada incisiva hicieron que se vaya.

Inmediatamente, ella se sentó y comenzó a llorar desconsoladamente. “Tranquila, ya se fue. No te va a pasar nada”, le dije sosteniendo su brazo mientras intentaba levantarse. El llanto tenía tanta fuerza, que hasta las lágrimas le pesaban, por eso volvía a sentarse. Con una mano sobre su espalda, le pedía que se calmara. Ella me respondió: “No sé porque me trató así. Yo no hice nada”.

Me llamo Rodrigo, vivo acá cerca. Te acompaño hasta la Comisaría para hacer la denuncia”, fue mi respuesta hacia ella ni bien secó sus lágrimas y me pidió perdón por el mal momento que me había hecho pasar. Insistí. “Vos no me hiciste nada, no tenés la culpa. Ese chico no está bien. Primero lo tenés que denunciar para que nunca se vuelva a acercar a vos. Después, lo tienen que ayudar psicológicamente. Para no volver a ser tan violento”. Lucía, además de triste, atormentada.

No, por favor no. Yo provoqué esto, dijo.

Vos no provocaste nada. Te gritó, insultó y pegó. Eso no se hace. ¿Cómo te llamás?, pregunté.

Clara… No voy a denunciarlo. Voy a cortar con él y listo.

- Bueno Clara, vamos a hacer lo siguiente. Te voy a acompañar hasta una remisería, para que vayas a tu casa y descanses. Pero mañana, más tranquila, deberías levantarte y acercarte a una Comisaría. Solo vas a contarles lo que te pasó y darles su nombre, para que te cuiden y eviten que se te vuelva a acercar, ¿Si?

Justo cuando se disponía a responderme, su teléfono celular comenzó a sonar ininterrumpidamente. Lo miró con miedo: “Son mensajes de llamadas perdidas de él”, me dijo. El celular siguió sonando, “ahora me escribió…”. La interrumpí: "Ni los leas, tampoco le respondas las llamadas". Clara los leyó igual:

“NO TE QUIERO VER”, “Sos la peor”, “me arruinaste la vida”.

Volvió a llorar desconsoladamente. En el bolsillo de mi campera tenía pañuelos descartables, que fueron ofrecidos para mitigar tantas lágrimas.

Cuando comenzó todo, el reloj marcaba las 7:10 aproximadamente. Recuerdo la hora porque en Constitución me había tomado el tren de las 6:50 que tarda 20 en llegar. El lugar del triste episodio era una esquina a 3 cuadras de la estación. Suelo volver en colectivo, pero esa mañana había decidido caminar las 13 cuadras que me separan de la estación hasta mi casa. Pasé por esa esquina a las 7:10 a.m. Eran las 8:30 y todavía seguíamos Clara y yo sentados en la vereda conversando. A esa altura, ya me había contado toda su relación enfermiza de celos, escenas y berrinches. Me había confesado que estaba bailando con su ex novio, justo delante de él, para provocarlo y darle celos. Aún así, con su confesión avergonzada delante de mis ojos, mi respuesta fue: Ni eso ni nada justifica lo que te hizo. Vos no tenés la culpa de su reacción violenta ni de sus celos. Él está equivocado y una persona así es peligrosa. Por eso deberías alejarte; y él, recurrir a ayuda psicológica.

Nos levantamos y caminamos lentamente hacia la remisería, luego de que prometiera iniciar acciones al respecto. “No me voy a quedar de brazos cruzados, mañana lo voy a denunciar”. Con esa promesa, podía quedarme tranquilo que iba a animarse. Es que, después de escuchar toda la historia de Clara con su novio, del comienzo hasta esa penosa noche en el boliche, hubo una palabra que la hizo entrar en razón. “Clara, opino que tienen una relación TOXICA”.

- Suena horrible eso. ¿Qué significa?, preguntó intuyendo la respuesta.

- Que pueden quererse, o no, pero lo cierto es que se lastiman. En este caso, el que más daña es él con su actitud. Vos sos la principal perjudicada, él también. Aunque sea hacelo para protegerlo.

- Y así evito que pueda lastimar a otra chica en un futuro, interrumpió.

- Si. Esto que te pasó tiene que servir. No tenés la culpa de nada, pero podés demostrar lo fuerte que sos ayudando a los demás. Sos libre de bailar con quien quieras, de divertirte y ser feliz.

Entramos a la remisería. Pidió un auto hasta su casa y me preguntó si quería usar el mismo auto para ir a mi casa. Acepté, con la condición que primero pase por su casa, así me aseguraba que llegaba sana y salva. Llegamos a su casa, me saludó y se fue. Luego nos dirigimos a la mía. El remisero, al doblar la esquina, se dio vuelta y con una mirada asquerosamente cómplice me dijo: “Linda piba, ¿es tu novia o la estabas chamuyando?”.

- Ni una, ni otra. Es la primera vez que la veo en mi vida, respondí con tristeza intuitiva de la dirección que llevaba la charla.

- ¡Qué ganador! ¿Y qué pasó? ¿No entrega? ¿No te la pudiste llevar al telo?. No me equivocaba.

Harto. Respondí casi a modo de vómito verbal: Usted es un hombre grande. De esa chica solo sé su nombre y edad. Tiene apenas 19 años, no sé si tiene hijas usted pero por la edad ella podría serlo. ¿Se imagina si viene su hija a contarle que su novio le acaba de pegar patadas, en la calle, porque ella bailó con un chico?

- ¿Eso le pasó a esta chica que acabamos de dejar?, preguntó sorprendido.
- Si. Y mucho más, pero no le voy a contar. Solo le pido respeto, por ella y por cualquier mujer.

Debo admitirlo, con los choferes de los autos que me trajeron de boliches, esas conversaciones han sido moneda corriente. No seré hipócrita, hasta esa mañana, mis respuestas hubieran sido jocosas. Son los mismos remiseros quienes cuentan sus aventuras con pasajeras o quienes tocan bocina desesperadamente cuando una mujer pasa. Lo admito, he festejado esa clase de actos. Me he reído, con la complicidad que un joven de 20 años puede tener, de semejante demostración de machismo pedante. Sin embargo, después de ese episodio, algo en mi cambió.

Al día siguiente me levanté y no le conté a nadie. No paraba de pensar en esa chica. Recordando la dirección, un impulso me llevó a subirme a la bicicleta y pedalear hasta su casa. Eran las 19 horas de un frío domingo. Estaba oscureciendo. Llegué rápidamente y toqué la puerta. Abrió ella, me sonrió y salió a la puerta.

- Perdón por venir, solo quiero saber si estás bien, le dije.

- Estoy bien. Gracias por ayudarme. No lo denuncié, pero tampoco le respondí sus mensajes y dejó de molestarme. No le voy a hablar nunca más, entendí que de eso que hizo no se vuelve…, la interrumpí con un breve y respetuoso abrazo. Así nos despedimos. Regresé a mi casa, con una satisfacción enorme. Tal vez la denuncia hubiera sido algo que me deje más tranquilo, pero su respuesta parecía convincente. Clara estaba bien.

Meses más tarde…


Ya era primavera, desde aquel otoño donde la conocí que no volvía a verla ni saber de ella. El clima era agradable, caminaba cerca de casa por la tarde cuando me encontré con Clara en la parada del colectivo. Llevaba una frescura en su imagen, inédita para mí. Escuchaba música con auriculares e incluso movía sus piernas al ritmo de la música que, creo, era alegre. Me acerqué para saludarla:

- Hola, ¿Cómo estás tanto tiempo?, le dije sonriente. Se alegró de verme, pero inmediatamente agachó la cabeza y evitó la mirada, como escondiendo algo. - ¿Estás bien?

- Hola, si estoy bien. Un poco triste porque hace 3 semanas corté con mi novio, respondió.

- Te habías puesto de novia de nuevo con otra persona, ¡Qué bien!, dije con sinceridad, pensando en todo lo que había podido superar. Cuando me dijo “En realidad es con él. Lo había perdonado, habíamos vuelto y estaba todo bien” entendí a que se debía el motivo de su mirada hacia abajo.

- Tranquila, no me voy a enojar, dije y me reí. Ella también se rio, bastante incómoda por la situación. Lo único que quería saber era si le había vuelto a pegar.

- Si querés no me respondas, pero ¿lo volvió a hacer?.

- No. Simplemente cortamos porque volvió a actuar con celos, entonces lo dejé. Y ahora es definitivo, nuevamente su respuesta parecía convincente. El colectivo aparecía para dar por terminada la conversación. Se subió y no la volví a ver.

Quedaba en mí una sensación de incertidumbre, mezclada con pena y miedo. No podría explicar el motivo de tales sensaciones, pero recuerdo muy bien las preguntas que pasaron por mi cabeza y el mea culpa que rondó por mi conciencia los días posteriores. ¿Será definitivo realmente o volverán a estar juntos? ¿Él habrá cambiado? ¿Yo debería haber seguido insistiendo?

Hoy, con 30 años vividos, no puedo reprocharme nada. En ese momento hice lo que otro no se hubiera animado u optado por el penoso “no te metas”. Aquella vez, obré de manera correcta, lo sé. Era joven, inmaduro e inexperto en esos temas. Sin embargo crucé la calle, fui valiente. Puse, literalmente, el cuerpo a un hecho que años más tarde sería nombrado como VIOLENCIA DE GÉNERO. Por aquel entonces, solo era un tema de pareja. Incluso recuerdo que las pocas personas que lo supieron me dijeron: “¿Pero cómo te vas a meter así?” “¿Mirá si te hacía algo ese pibe?” Por eso, no me recrimino nada. Solo me comprometo a seguir este rumbo y tener los ojos bien abiertos, atento a las injusticias que la vida presente.

Es un hecho real. Ocurrió en el año 2009, en pleno centro de Lomas de Zamora. Fue una mañana de domingo, luego de una noche de sábado en el boliche. Yo tenía 21 años, volvía de una fiesta con amigxs en Capital Federal. Ella, 19. Su nombre real lo modifiqué para preservarle la verdadera identidad.

Varios años después, en 2015, comenzaron en nuestro país las marchas de #NiUnaMenos por la violencia que sufren las mujeres y la conciencia social sobre la lucha contra el machismo creció bastante. Este tema me tocó de cerca, mucho antes que a cualquiera. Agradezco haber estado ahí aquel día. Por algo fue, hoy lo puedo entender.






A “Clara”: Nunca más supe de vos, ojalá estés bien.

Rodrigo Omar Gauna.

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