lunes, 15 de julio de 2019

NO VALE FUNDIR



Se jugaba un partidazo. “El Nico” y “el Maxi”, contra “el Rodri” y “el Gonza”. El cotejo futbolístico, como toda contienda deportiva, se disputaba con alma y vida. Sin embargo, no era un dos contra dos muy normal, existían ciertas reglas pre-acordadas entre los jugadores que se respetaban sin chistar. No valía patear desde lejos. El partido se detenía automáticamente cuando alguno gritaba “¡Auto!”, todos se corrían hacia el costado quedándose quietos en el cordón hasta que pase el vehículo. Cuando éste dejaba la “cancha”, inmediatamente ponían la pelota en el asfalto y se reanudaba el juego. Algunas veces, había que tomarse el engorroso trabajo de correr los adoquines o ramas que servían de “palos” para marcar los arcos, es que muy de vez en cuando pasaba algún auto lujoso, con choferes bastante meticulosos o malhumorados que frenaban, miraban a los futbolistas con odio y no avanzaban hasta que los arcos no se desarmen. Ese movimiento se daba sin mediar palabras, los automovilistas se hacían entender con una sola mirada. Muy rara vez recurrían al bocinazo. Eso se daba cuando el partido se detenía y los deportistas se quedaban discutiendo alguna acción del juego, ignorando la presencia del automóvil.

Volvamos a la primera regla: No patear de lejos. ¿Por qué? Con poco entusiasmo por tomar medidas, los arcos eran grandes. Se tiraban las piedras, el buzo o remera, alguna rama o lo que sea visible. Para colmo, el arquero era “volante”, entonces los dos jugadores del equipo que se defendía permanecían afuera del área chica. Por eso, el equipo que atacaba no podía patear desde lejos, para no pasar la pelota por encima del rival, sino más bien hilvanar alguna jugada maestra, con toques, amagues, encares al rival. Estaba pensado para desplegar magia en el asfalto. Pero había un detalle más, otro motivo que los 4 sabían, pero nadie decía. El Gonza era el mejor jugador, tenía una potencia en su disparo, como Oliver de “Los Supercampeones”. Su derecha parecía un misil. Tenía tanta fuerza, que era capaz de llegar de esquina a esquina. Cuando pateaba fuerte, había que correr varios metros para ir a buscar la pelota. Una vez, pateó tan lejos, que hubo que cruzar la calle Castelli, por donde pasaban colectivos y autos a toda velocidad. ¡Un peligro para niños de 8 años! Era mejor prevenir, no dar ventajas y ser justos. Una manera de cortar por lo sano era esa, prohibirle “al Gonza” expresar todo su potencial. Los tres restantes, se sentían en igualdad de condiciones. A ninguno le sobraba talento, al contrario, eran jugadores humildes, del montón. Pero “el Gonza”, mamita querida, si se ponía la camiseta de Colón, daba miedo.

La estrategia del equipo de “el Nico” y “el Maxi” era muy clara, defender como sea. De los dos, “el Maxi” era el más flaquito, muy flaco. “El Nico” tenía una masa muscular mucho más ruda, por eso era el encargado de marcar “al Gonza”, otro grandote. Entre ellos dos existía una rivalidad asombrosa, parecían toros chocando cabezas. Mientras ellos se disputaban la pelota y encaraban como delanteros estilo “tanques americanos”, los otros dos aguardaban lo más cerca posible de su arco, para defenderse como puedan. “El Rodri” era el más temeroso, evitaba el juego brusco, sus piernitas parecían dos ramitas finitas de algún árbol. Así y todo, hubo una jugada que marcaría la carrera callejera futbolística de estos cuatro.

El partido lo iban ganando “El Nico” y “el Maxi”. La calentura de “el Gonza” se veía desde la Avenida Facundo Zuviría. No le gustaba perder ni a la bolita. Todos sabían que cuando sea grande, iba a ser jugador profesional de Colón de Santa Fe. Por eso verlo derrotado era una imagen muy llamativa. “El Rodri”, su compañero de equipo, mucho no podía hacer, más que cederle la pelota y cruzar los dedos. Atacaba “el Gonza”, con un cuerpazo “al Nico” lo quitó del medio y quedó solo frente al arco. Perdón, frente al debilucho de “el Maxi”. La cara de rabia del delantero intimidó al flaquito, que no tuvo mejor idea que pegarle una patada desde atrás “al Gonza” cuando recibía el pase. Inmediatamente se dio vuelta, lo miró como si fuera un león a punto de comerse a una cebra y le gritó en la cara “PENAL”. Todos se quedaron atónitos, mirándose sin entender nada. Con total decisión, tomó la pelota y le ordenó “al Maxi” que atajara. Histórico, inédito, se estaba por ejecutar el primer (y último) penal en la historia de estos partidos amistosos callejeros.

“El Nico” disfrutaba verlo sufrir “al Gonza”, “el Rodri” intentaba mediar entre los tanques y calmar un poco las aguas. Si convertía el penal, el partido iba a quedar empatado. Si lo erraba, ganaría el equipo de “el Nico” y “el Maxi”. Para graficarlo, sería como ver a Sacachispas ganarle al Barcelona.  Toda la presión y las fichas estaban puestas en el delantero, apenas se le alcanzó a decir que pateara despacio, “el Nico” se anticipó con un astuto “no vale fundir”, que “el Maxi” lo agradeció con la mirada. Puso la pelota en el invisible punto del penal, el arquero miraba al delantero con una concentración digna de un europeo, pero el terror que latía en su pecho le hacía temblar las piernas. “El Gonza” ya no parecía, era un toro. Respiraba furia. La escena era lo más parecido a un fusilamiento militar. Tomó una larga carrera, corrió a toda velocidad al encuentro del balón, llegó con el aire justo pero la fuerza en su derecha era la de “Popeye” cuando come espinaca. Y disparó. El arquero se quedó quieto, inmóvil en el centro del arco. Cerró los ojos y simplemente atinó a poner sus manitos frente a su rostro, por miedo a recibir un pelotazo en la cara.

Histórico: “El Gonza” perdió su primer partido. Al día siguiente, mucho más tranquilo. Tomó un fibrón y le escribió en el yeso “al Maxi”: “Perdón amigo. No valía fundir”

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