jueves, 13 de septiembre de 2018

VER PARA CRECER



Un anciano y un niño se sentaron bajo la sombra de un árbol. El hombre le preguntó al pequeño: -¿De qué color es la vida? -. El nene, mirando el cielo le contestó: -Celeste -.

-Puede ser. Sin embargo, estás respondiendo más allá del alcance de tu propia vista. Eso es porque buscas lo lejano, lo inalcanzable para tu mano. Y lo único que es eterno -.  El viejito, señaló hacia arriba y siguió diciendo, -mucho más cerca tenemos cosas que también representan la vida, en todas sus formas -.

El niño observó detenidamente una hoja seca. Con desconfianza, respondió: -Esa hoja está marrón porque se secó -.

-Así es, está seca. Eso, para mucha gente, simboliza la muerte. Las personas que le tienen miedo, siempre te van a decir que es lo contrario a la vida. Pero te desafío a responder la siguiente pregunta, mira ese árbol y dime: ¿No puede la muerte ser parte de la vida? –dijo el anciano.

-¿Entonces la vida es marrón? -.

-Del color que quieras darle. Puede tener uno, mil o ninguno. Dependerá de tus ojos y tus ganas de pintar el mundo –el hombre se puso de pie, apoyó la espalda sobre el tronco y continuó-. Vivir también es una manera de morir, morir también podría ser vivir. La naturaleza que nos rodea, lo dice todo el tiempo, el problema está en que no queremos escucharla. Frente a tus ojos, si miras bien, vas a encontrar muchas cosas. Me voy, para que puedas verlas-.

El niño se quedó solo, observando detenidamente el árbol. Miró cada una de sus partes y se alegró. Es que descubrió, con mucho asombro, colores y texturas en ese árbol donde antes solo veía el marrón de las hojas secas.
 
Debemos aprender a prestar atención, sin la sentencia apresurada de las cosas. Los detalles que tenemos a nuestro alrededor nos pueden enseñar a vivir realmente.

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