viernes, 13 de abril de 2018

Los daños del aborto ilegal

Lo que leerán a continuación son dos historias sobre dos casos distintos de abortos clandestinos, ficticias, pero que reflejan una triste realidad. 

Hoy en día, el aborto en Argentina ES UNA PRÁCTICA ILEGAL Y CLANDESTINA que asumen las mujeres, por el peso que injustamente cargan sobre sus espaldas al ser presas de un sistema machista. Un sistema que señala, acusa y muchas veces obliga a decidir sobre el cuerpo de la mujer, saboteando su libertad para elegir.  

Si esas jóvenes hubieran tenido información, contención y cuidados, no habrían llegado a esto. Dicho de otro modo, mucho más sencillo. Éstas historias no existirían si el Estado estuviera presente, garantizando el aborto seguro, legal y gratuito.



Estoy enamorada. Profundamente enamorada.

Conocí a un chico en un boliche, creo que es más grande que yo. Se acercó para bailar conmigo, me invitó a tomar algo. Le dije que no tomo alcohol, pero insistió y probé de su vaso. Estaba tan lindo y tenía un perfume tan rico, que no quería quedar mal con él. Por eso tomé, medio vaso. Me hablaba al oído, estaba vestido con ropa de marca. Me doy cuenta de eso, cuando alguien se viste “cheto”. Claramente no era de mi barrio, jamás lo vi en la plaza, ni en el Club. Le pregunté su nombre, me dijo que era una sorpresa. También quise saber de dónde venía y volvió a decirme que era sorpresa. Eso me encantaba de él, que en cada respuesta me sonreía para lucir esos dientes blancos cristalinos. Su sonrisa era perfecta. Tampoco me quiso decir la edad, pero por la barba que tenía, creo que debía tener 22. No importa que sea 8 años más grande que yo, me va a enseñar muchas cosas. Además, era el chico más lindo del boliche. Todas lo estaban mirando. Iba a la barra y compraba de todo, vi su billetera llena de billetes. ¿Cuánta plata debía tener? Jamás en mi vida vi tanta plata, pensé: “Cuando le cuente esto a mis amigas no lo van a poder creer”. Todos los chicos de mi barrio son pobres, algunos roban y otros solo se drogan. Por fin conocía a alguien distinto. Creo que le gusté, porque me miraba y me señalaba a sus amigos, entre los 3 se reían y le decían secretos al oído. Iba y venía, era el rey de la pista. Yo no paraba de mirarlo.

En un momento se volvió a acercar con un vaso de esos vinos que tienen colores, nunca tomé eso. Me dijo que no iba a emborracharme por probarlo y que si no lo hacía, era una “nenita miedosa”. Tengo 14, soy grande y se lo tuve que demostrar. Cuando terminé de tomar, me besó apasionadamente. ¡Guau! Que beso me dio. Tomó mi mano y salimos del boliche. Recuerdo que me subí a una camioneta roja, inmensa, grande como un colectivo. Todavía era de noche, nunca me iba del boliche tan temprano. Manejaba un amigo de él, iba rápido. No reconocía las calles, solo veía luces que se mezclaban entre sí. La imagen se hacía cada vez más difusa, él me besaba y me tocaba. Yo me estaba emocionando cada vez más. Me repetía una y otra vez al oído, “te voy a hacer mujer”, mientras metía su mano por abajo de mi pollera. La pasé bien, por lo que sé. Sus besos eran calientes, me sostenía con fuerza y yo no podía moverme mucho. No recuerdo más, no sé adónde fuimos ni si llegamos.

Al otro día, me desperté y estaba envuelta en una manta, acostada en un campo, al costado de una ruta. Mi ropa estaba desparramada por todos lados, sentía dolor en mis piernas y me costó pararme. A pocos metros alcancé a ver la camioneta roja. Estaba él, con jeans y sin remera. ¡Qué cuerpo hermoso tenía! Rubio, musculoso y con tatuajes en la espalda. Parecía un actor de Hollywood, estaba en cuero y su piel dorada lo hacía más lindo. Se acercó, me besó y me dijo: “buen día hermosa, como gozamos anoche, estabas como loca”. No sabía bien a qué se refería, por eso le pregunté que habíamos hecho. Él solo sonreía, miraba al amigo que estaba sentado en la camioneta y se reía a carcajadas. No me respondió y me llevó hasta casa. Bueno, hasta casa no. Dijo que se tenía que ir, estaba apurado. Por eso me dejó en la parada del colectivo, yo le pedí que me deje monedas o plata para tomar un remis porque no conocía esa zona, nunca había estado por ahí. Antes de arrancar me dijo: “Por acá pasan los colectivos, linda. Cualquiera que tomes, te deja. Nos vamos a volver a ver si querés.” Y se fue. Miré para todos lados, no veía ningún cartel, nada de nada. Cuando apareció un colectivo rojo lo paré, me subí y le dije al chofer que me lleve hasta mi casa. Estaba asustada, nunca había estado tan lejos y tan sola. Mi mamá y mi papá me iban a matar. ¡Era re tarde! Pero poco me importaba eso, había conocido al chico más hermoso del mundo y eso me alegraba. Si me castigaban en casa, no me iba a enojar. Eso sí, no podía permitir que me prohíban ir al boliche el sábado siguiente, porque tenía que volver a ver al rubio. Pensé: “Quiero ponerme de novia, invitarlo a mis 15 dentro de unos meses y que seamos novios para siempre”.

Pasaron 3 meses de la noche que conocí a ese chico, pasaron 3 meses del beso más lindo. Sigo enamorada de él, mis amigas dicen que no existe el amor a primera vista. Yo sí creo. No lo volví a ver, pero lo sigo esperando. Me prometió que nos íbamos a ver, solo pensaba en verlo para decirle que venga a mi fiesta de 15. No pude invitarlo. Volver al boliche donde lo conocí no sirvió. ¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué no volvió a ir? Cada sábado era una nueva oportunidad para encontrarlo. Me ponía en la misma pista, frente a la barra, exactamente en el mismo lugar, pero no aparecía.


Pasó el tiempo y llegó mi noche soñada… Desmayarme en mi fiesta de 15 fue lo más feo del mundo. Justo cuando bailaba el vals con mi papá. Estuve un ratito desmayada, me desperté y vi a todos ventilándome con servilletas. Me estaban por llevar a un hospital, pero un amigo de papá que es enfermero, me dijo que me había bajado la presión. Todos decían “por los nervios”. Me recuperé rápido y les grité a mis viejos, que no me iba a quedar sin mi fiesta de 15. Me negué a ir al hospital, así que seguimos festejando. Les costó mucho esa fiesta, sé que tuvieron que pedir plata prestada porque con el sueldo de papá no alcanza. No estábamos en un salón muy impresionante, era el saloncito del Club, pero la decoración, mi vestido y todas esas cosas, salieron mucha plata. Somos una familia humilde, la casa es alquilada y muchos meses mis viejos pagan tarde el alquiler porque a papá no le pagan el sueldo. Yo no entiendo mucho de leyes y esas cosas, pero siempre lo escucho decir “me tienen trabajando en negro hace años, saben que eso es ilegal”. Cuando él no llega con plata a casa, mamá discute y le grita cosas muy feas. Ella le pide salir a trabajar y él se enoja, la manda a la cocina. Entonces pasa lo de todos los meses, mamá llora y me trata mal. Una vez me dijo “cuando seas grande, primero casate con un hombre rico, un millonario que te mantenga, para después tener hijos. Si no, te va a pasar como a mí, que me puse de novia con este inútil y para colmo tuve la desgracia de quedar embarazada.”

Cuando terminó la fiesta, mi prima, que es más grande que yo, me dijo que tenía que hablar conmigo en secreto, sin que se enteren mis viejos y los suyos. Es que mis tíos son re jodidos como papá y mamá, esos típicos viejos amargados que se la pasan quejando por todo. Me intrigaba saber que tenía para decirme.

“Estás embarazada”, me dijo. Yo me reí, era imposible. Si nunca estuve con nadie. Ella no me creía y me preguntaba: “¿Cuándo dejaste de ser virgen?”. Sabía todo de mí, tengo 4 hermanos varones y son mucho más grandes que yo. Mis viejos me tuvieron de grandes, por eso la diferencia de edad con mis hermanos. Y mi prima, que tiene 18, es como si fuera mi hermana. “Te acostaste con el chico del boliche, ¿No?”, preguntó. Por supuesto que sabía sobre el rubio, se lo conté al otro día. Le dije que no, con él no pasó nada. Bueno, en realidad en la camioneta me besó y su mano me hizo sentir cosas. Cosquillas dentro de mí que nunca había sentido. No, no podía ser que esté embarazada. Mi primera vez con un chico tiene que ser distinta, no podía ser de esa manera.

Pero esa frase de mi prima sigue dando vueltas en mi cabeza: No quiero estar embarazada, no quiero que nadie se entere. No quiero que sea verdad, mi prima tiene que estar exagerando. Dice que el desmayo fue por eso. Si llega a ser así, me muero. Voy a ir al boliche y me voy a encontrar con el rubio, confío en él.

Pasó otro sábado y al boliche ni fue. Encima, esa misma tarde estaba tomando mates con mi prima y vomité. De repente me empecé a marear y lancé todo. Fue horrible. Mi prima me dijo: “Mira, vamos a ver a un doctor en la salita de la Avenida. Yo le voy a decir que sos mi hermana menor. Que te revise y nos diga que tenés. ¿Está bien?” Le hice caso. Fuimos a la salita. Le dijimos al doctor que no teníamos documento, que nos habían robado. Era mentira, pero teníamos miedo que llamen a nuestras casas. Me atendió. Y pasó lo que pasa en los hospitales, dan malas noticias. Cuando me dijeron que estaba embarazada, no lo podía creer. No entendía por qué, no entendía cómo podía ser. No aguantaba semejante presión. “¡¿Qué vamos a hacer!?”, le dije a mi prima. Estábamos desesperadas. ¡Si mis viejos se enteran, me matan! ¡Me van a echar del colegio! Mis hermanos son todos grandes, cada uno está con sus vidas en sus casas. No tengo confianza con ellos. ¡¿Qué voy a hacer!? Ella tampoco podía contarles a mis tíos, porque era obvio que le iban a decir a papá y mamá. “Algo se nos va a ocurrir, tranquila prima.”

Y ocurrió… Esperaba el colectivo para volver a casa, después del colegio.  Cuando vi un cartel pegado en un poste de luz. “PARTERA - GINECÓLOGO: LLAME AL  15……” Anoté el número y corrí a contarle a mi prima. Ella me tenía que acompañar. Una partera iba a solucionarme todo, me iba a decir si era un bebé de verdad. Llamamos juntas, otra vez se hizo pasar por mi hermana mayor. Pero esta vez ni nos pidieron documento. Solo me preguntaron la edad. Y la señora que atendió el teléfono dijo: “Y ustedes no quieren que sus padres se enteren, ¿No?”. Se había dado cuenta de todo esa señora. Pero en vez de retarnos o denunciarnos, nos citó a una oficina para que los doctores me vean.

Fuimos, el lugar quedaba lejos de casa. En mi casa dije que tenía que hacer un trabajo para el colegio y me acompañaba mi prima. Me llamó la atención, el lugar no era un hospital, sino que era la puerta de un pasillo largo, tenía un cartel que decía “OFICINAS: Al fondo”. Tocamos timbre, tenía portero automático. Directamente sonó el pitido ese para que entremos, no habló nadie desde adentro preguntando quiénes éramos. El pasillo era largo, había varias puertas. La última, la del fondo, tenía otro cartel que decía: “GOLPEE Y ESPERE”. Yo tenía mucho miedo, me temblaban las piernas. Mi prima me daba la mano y decía que estaba todo bien, aunque también la noté miedosa, solo se hacía la valiente por mí. Ahí si se sintió una voz, de un señor que dijo “un segundo por favor.” Abrieron la puerta, ese señor, vestido de jeans y remera, nos invitó a pasar y dijo que nos sentáramos a esperar al doctor. Esperamos 5 minutos en un cuarto sin escritorios, sin ventanas, ni televisores, ni revistas. No parecía una sala de espera. Tenía dos puertas, una donde se metió el señor que nos abrió y otra por donde salió el doctor. Se acercó y nos saludó. Ahí mismo, él parado frente a nosotras, que ni nos alcanzamos a parar, nos preguntó la edad. “Ah, bueno pero tu hermana es mayor de edad. Entonces está bien.” Mi prima le dijo, “solo queremos saber que se puede hacer porque no entendemos muy bien. Y que los viejos de ella no se enteren.” El doctor sonrió y nos dijo que iba a estar todo bien. Que tenía que tomar una pastilla y a la semana siguiente ir a verlo nuevamente para que nos dijera como seguir el tratamiento. Y dijo algo que me tranquilizó: “Tranquila, vamos a hacer que ese embarazo desaparezca. Y vos no vas a sentir nada.” Tomé esa pastilla y me fui. ¿Qué me habrá querido decir con desaparecer el embarazo? Según mi prima, era hacerme un aborto. Lo que sea, para que pueda seguir con mi vida en paz. No podía quedarme sin colegio, sin amigos ni amigas, sin familia y sin casa. Una sola frase de mamá me retumbaba en la cabeza: “Acá, si venís embarazada, te rajás de casa y que te atienda tu marido o novio. Pensá eso cuando seas grande. Vas a tener que estar muy segura y ser mayor de edad, cosa que puedas irte de casa.” De hecho, a uno de mis hermanos lo echó cuando se enteró que la novia estaba embarazada. Al final se separaron antes de que ella perdiera el embarazo. Yo no tenía novio, porque el amor de mi vida no estaba conmigo, todavía no lo había vuelto a ver. Entonces no iba a tener adónde ir. Mi prima tampoco dijo nada, por eso a su casa no iba a ir. Mis tíos le contarían todo a mamá. Estaba acorralada.

Esa semana pasó rápido. Volvimos a ver al doctor… doctor…  doctor… No recuerdo su nombre. O nunca lo dijo, no lo sé. Tenía tanto miedo, que solo pensaba en solucionar todo el problema. Encima nos había citado en otro lugar, mucho más lejos. En una esquina, dijo que nos pasaría a buscar en su “camioneta sanitaria” (nombre raro, en vez de decir ambulancia). Fue un recorrido largo, se metió por calles que no conocía y se veía poco, estaba toda la camioneta polarizada. Era todo muy oscuro. Cuando llegamos, solo pude ver un portón grande que nos hacía entrar a un galpón. Al final de ese galpón gigante, una puerta nos llevaba al consultorio. Tenía una camilla y una luz blanca apuntaba directamente al centro de esa camilla. Sobre una mesa, computadoras y una caja que decía “materiales”. Al doctor lo acompañaba una señora gorda, vestida toda de blanco. Creo que era la enfermera. A mi prima no la dejaron pasar, le dijeron que era mejor que yo estuviera sola para que me tranquilizara más. Le pedí que ella estuviera al lado mío, el doctor me prometió que si primero entraba sola, al ratito la dejaba pasar a ella. Dijo que era por seguridad. No estaba muy convencida, pero acepté. Total, iban a ser unos minutos y después iba a entrar mi prima.

“Te vamos a inyectar esto, para que te relajes…Vas a sentir que te dormís. Todo va a estar bien”, dijo esa señora de manos grandes y dedos gruesos. Se me cerraron los ojos y empezó un sueño re lindo: Era yo, en el boliche, buscando a ese hermoso chico rubio. De repente aparecía, me daba la mano y me invitaba a bailar. Todos nos miraban. Él me proponía noviazgo, yo aceptaba y nos besábamos. Pero después de besarlo le dije: “Por favor, no quiero ser mamá ahora. Cuando tenga más de 21 nos casamos y tenemos hijos… ¿Está bien?”. Él se reía y me decía que yo era re linda. Me abrazó y aparecimos en una montaña, cuando intenté mirarlo a los ojos, su cara se borraba. A mí no me importaba, era feliz porque un chico me había dicho que yo era linda. Lo amaba, me enamoré a primera vista y nunca iba a olvidarme de él, de sus ojos, de ese beso. Miré fijo al sol y el brillo creció tanto tanto, que me encegueció. Hasta que el lugar se convirtió en una luz que cubrió todo. ¡Qué lindo sueño!


No entiendo porque todos lloran. Está mamá, está papá. Mis hermanos, todos varones grandes que nunca vi llorar, lo están haciendo ahora. Veo a mis tíos, pero no veo a mi prima. ¿Por qué todos lloran así? Papá siempre tuvo cara de enojado y siempre dijo que “los hombres no lloran, lloran las mujeres o los maricas”. Se está contradiciendo. Ahora parece un bebito, agarrado de la mano de mamá. ¿Qué hacen las chicas del colegio? También están llorando, todas abrazadas entre ellas. Con las profes, la directora del colegio… ¡La directora abrazando a mamá! Me acuerdo que la última vez que se saludaron fue el año pasado, cuando me dieron el diploma de “mejor compañera”. Pero ahora no entiendo por qué. Si mamá siempre la criticó, dijo que es una vieja amargada. Las chicas del Club, siempre fueron las chicas más alegres y divertidas, algunas se hicieron muy amigas mías. ¿Por qué están tan tristes?

Hay algo mucho más raro todavía, que no logro entender: ¿Qué hacen mis telas de danza aérea apoyadas sobre ese cajón? ¿ Y… por qué estoy escuchando la música con la que suelo bailar? Bueno, voy a decir algo que capaz les moleste o me digan que soy mala por pensar así. Pero mientras veo esto, el hecho de escuchar esta música me transmite paz.

¿Y por qué no puedo bailar? Por algo que me acabo de dar cuenta:
Puedo ver todo, puedo verlos a todos llorando, tocando ese cajón y besando mis telas. Veo y escucho esta música tan linda. Pero no puedo bailar… ¿Por qué? Porque no tengo cuerpo. No sé cuándo dejé de tenerlo. Tampoco sé qué pasó esa noche en el boliche, donde conocí al amor de mi vida, ni mucho menos si ese sueño tan lindo fue real. No sé qué hicieron de mí, aquella tarde en ese lugar donde iban a solucionarme el problema. Una sola cosa sí puedo saber: No solo hicieron desaparecer ese embarazo que yo no había buscado, sino también me hicieron desaparecer a mí. Por eso no puedo bailar, por eso me lloran.




**********


Yo también aborté. Y perdí  al amor de mi vida. 

Me llamo José, tengo 18 años. Dejé el colegio para ayudar a mi papá en la verdulería. Mamá no tiene trabajo, cada tanto va a limpiar a casas de familia por unos mangos, pero no le suelen pagar muy bien. Tengo cuatro hermanitos, dos nenes y dos nenas, más chicos que yo. Mi amor se llama Violeta, es la chica más buena y dulce del mundo. Con ella, todo es lindo. Es mi cable a tierra, el motivo para sonreír cada día.

Una tarde, volviendo en colectivo con mi novia vimos un cartel que parecía ser la solución al gran problema en el que estábamos. Decía "PARTERA 4244-XXXX". Memorizamos ese número de teléfono, ella estaba convencida y me pidió por favor llamar. Yo, al principio, me negué. Le dije "mejor vayamos al Hospital y contémosle el problema a algún doctor". Violeta no quería eso. Solo me respondía "ni loca, tengo 17 años y si mamá se entera le va a contar a mi padrastro. No quiero que me vuelva a pegar ese hijo de puta". No sabíamos que hacer. La realidad de nuestras familias no era fácil.

Al papá de mi novia lo habían matado hace unos años, cuando fue con su banda a robar el almacén chino del barrio, la mamá me odiaba porque decía que yo era "un bruto que no va al colegio". En mi casa, si papá se entera, no me iba a dejar laburar más en la verdulería y me rajaría de casa. Una vez me amenazó bien claro, cuando mi novia pasó por la verdulería a buscarme para ir a bailar: "Esa pibita se viste como trola y te provoca. Si vos le hacés un pibe, yo te mato", me decía todo el tiempo. Mamá también… se la pasa maldiciendo por haber tenido tantos hijos, cada vez que mi hermanita más chica llora y pide mamadera, mamá le pega y le dice "nena, no tengo plata para comprarte leche, tomá agua y no jodás."

"No quiero tener ese bebé", me dijo llorando. "¿Te imaginás lo que nos van a hacer cuando se enteren que estoy embarazada?". Con eso me convenció. Tenía tanto miedo, por ella y por mí. Mi novia es la mujer más linda del mundo, pero desde que se enteró se la pasaba llorando y con miedo. Decía que cuando se le note la panza, en la casa la iban a matar y no íbamos a poder estar juntos. No aguantaba verla así, no soportaba la presión. Además, no sabía con qué plata iba a darles de comer. 

Nos habíamos conocido hace dos años, en la plaza. Ella estaba con sus amigas y yo con los pibes. Vino su mejor amiga a decirme que me tenía ganas. Esa misma tarde la encaré y me la llevé al terreno baldío que está atrás de la estación de servicio, debutó conmigo. Me dijo que accedió porque yo soy fachero y con pinta de buen pibe. Desde esa vez, teníamos sexo todo el tiempo. Y nos pusimos de novios. Así, felices, íbamos para todos lados. Pero nunca habíamos planeado tener familia, ella estaba por terminar el último año del colegio y yo me negaba a volver a estudiar. También sabía que no iba a volver a robar, se lo prometí a ella. Es que esta piba me cambió la vida, la más linda del barrio estaba conmigo. No podía cagarla. En cuanto al sexo, lo hacíamos con forro, hasta que una noche me había quedado sin plata. Estábamos tan bien, que probamos de hacerlo así, sin nada. Probamos y no pasó nada. Mis amigos me decían que si acabás afuera, no pasaba nada. Sobre sexo en casa no se hablaba, era tema “tabú”, nunca entendí porque, pero bueno…

Ese cartel en el colectivo. No puedo olvidarlo. PARTERA, decía.
Vimos el cartel, nos miramos y Violeta me dijo: "Llamemos, por favor". Después de discutir un rato, bajamos del colectivo y llamé. La señora que me atendió me prometió varias cosas. Que era rápido, sencillo, accesible, fácil y que no le iba a pasar nada malo a ella, también me dijo que era barato y lo podía pagar en cuotas, que no hacía falta ir con nuestros padres y que yo la podía acompañar. "Es una pastillita, la toma y listo". Esa señora tenía una voz tan dulce, que parecía mi abuela. Nos transmitió seguridad, nos dio confianza. Yo le pedí por favor que nuestros padres no debían enterarse, que ella tenía que volver al colegio. La señora me garantizó que íbamos a poder hacer la vida normal, sin problemas. Por momentos decía palabras raras, no las entendíamos bien. Teníamos el celular en altavoz, para que mi novia también escuche. Aunque ella no hablaba, solo me miraba y movía la cabeza como diciendo "si".

"¿Cuándo podemos ir, doctora?", le dije.

"Yo no soy la doctora, tenemos un equipo de profesionales acá en el lugar. ¿Te paso la dirección y vienen mañana? Solo tienen que traer 400 pesos.", me respondió.

Violeta abrió los ojos grandes y me hacía señas. Yo no entendía, por eso le tuve que decir a la señora que me espere un segundo. Me dijo que le pregunte el nombre del doctor. Le hice caso.

"Cuando vengan les presento a los doctores. Son varios y muy buenos. Ustedes vengan tranquilos, les vamos a hacer algunas preguntitas previas a la operación. Sepan algo, más tiempo dejan pasar, peor para ella", aseguró.

Listo. Esa era la única solución a nuestro problema. Fuimos. Me costó conseguir los 400 mangos, tuve que venderle mi cadenita a los transas del barrio. Esos pibes compran cualquier cosa.


Salieron dos doctores, ya habían terminado. Me hicieron esperar como 2 horas sentado en el pasillo, hasta que por fin me dejaron entrar a la sala. Pobrecita, nunca la vi así. Toda ensangrentada, pálida y más flaquita que antes. Estaba semi-dormida. Apenas abría los ojos, me dio la mano y sonrió. Me dijo: “Me siento mal”. Le pedí ayuda al enfermero que estaba ahí. Me dijo que tenía un poquito de fiebre, “es normal en estos casos, levanta un poco de temperatura por las defensas… pero tranquilos, en un rato se le pasa y ya se pueden ir a su casa.” El enfermero era un pibe joven, parecía venir de otro país, por su forma de hablar. Y esos doctores que habían salido, no volvieron a entrar, no los volví a ver durante las horas que estuvimos ahí. Incluso el pibito se fue, me saludó y me dijo que iba a venir la señora que nos atendió para “darnos el alta”. No me gustó que se vaya, pero no podía pelearme con el enfermero delante de mi novia, iba a ponerla más nerviosa. Y se la veía muy débil, pobrecita mi amor. Así que nos quedamos los dos solos, en esa sala con olor a humedad y manchas en la pared. 

De repente, me vinieron unas ganas tremendas de ir al baño. “Amor, voy al baño y vuelvo”. Ella me apretó la mano y me dijo “no te vayas por favor, no me dejes sola”. Le expliqué, era una urgencia, los nervios me hacen ir a cagar, ella lo sabe. Por eso lo entendió. Buscando el baño, entré por error a una cocina. Cuando abrí la puerta, 2 cucarachas salieron rápido y me hicieron asustar. ¡Era un asco esa cocina! Frente a un televisor, estaba la señora, echada en el sillón, roncando como una osa. No sé como podía dormir, entre las cucarachas y la baranda a podrido que había en esa cocina. Al baño prefiero ni describirlo, porque era mucho peor. Volví a sentarme al lado de Violeta, se alegró de verme y durmió con una sonrisa. Era tan linda cuando dormía, me encantaba verla descansar. 

Nos despertó la señora. “Chicos, ya pueden irse”. Si, yo también me había quedado dormido. Miré la hora, 8 de la mañana. Habíamos pasado toda la noche ahí.
Ayudé a mi novia a levantarse, estaba muy debilitada. Salimos del lugar, no tenía plata para el remis, así que tuvimos que tomar el bondi. Como el pantalón de Violeta tenía manchas de sangre en la zona de la entrepierna, la señora nos ofreció una pollera larga para “tapar”. Se la puse por encima del pantalón. Ella no tenía fuerzas para cambiarse sola, se quejó porque quedaba mal ponerse una pollera arriba de un pantalón. Pero no quedaba otra. 

Fuimos a mi casa. Por la hora, papá todavía debía estar en la verdulería, mamá iba a limpiar una casa hasta tarde y los chicos estaban en el colegio. Mi habitación tenía llave, podíamos encerrarnos ahí, nadie nos iba a ver. Ese día no fui a la verdulería, esperé a que lleguen todos para salir. Cené con mi familia, escondiéndola en la pieza. La dejé sola ese ratito para comer, terminé rápido y le dije a mis viejos que me iba a dormir porque estaba cansado. Antes de irme papá me frenó y me dijo: “No sé que te pasa. Igualmente vos ponete bien que mañana te necesito en la verdulería”. Me complicaba mucho, quería quedarme con Violeta. ¿Qué excusa le iba a poner? No recuerdo que inventé, pero me creyó y pude quedarme un día más. Todo un día juntos, descansando como debía ser. Le pregunté si quería llamar a su casa, no quiso. Su mamá siempre salía “de joda” con el novio, iban a boliches y vivían borrachos. Muchas veces pasaban días enteros y ellos no aparecían. Estaba segura que su mamá estaba afuera con el novio.  

A la mañana siguiente me despertó el golpazo de mi papá a la puerta. “Dale pendejo, es tarde… ¡Apurate que tenemos que ir al Mercado a buscar frutas y verduras!”. Mi amorcito dormía, ni sintió el ruido. No la iba a despertar, por suerte en la habitación había dejado comida, bebida y hasta remeras mías de sobra, por si ella necesitaba comer, tomar o cambiarse de ropa. No le iba a faltar nada. Le di un beso en la frente, noté que estaba calentita, habría tomado un poco de fiebre por la madrugada tal vez. “Ya voy papá, andá saliendo que meo y te alcanzo.” Me vestí muy rápido, me puse lo primero que encontré. Alcancé a agarrar una remera, ponerme el primer pantalón que manotié y la campera. Papá me esperaba en la vereda, “dale que llegamos tarde…vamos al Mercado, cargamos la chata y cuando cerramos el local a la tarde me tenés que acompañar a devolver unos cajones”, me ordenó. Yo tenía que volver temprano, por eso me animé y le dije “no puedo, tengo que volver ni bien cerramos porque tengo una cosa que hacer”. Papá me miró fijo, me apretó el hombro con su mano derecha y me dijo sonriendo como un mafioso “vos te volvés a casa conmigo cuando terminemos todo, ¿entendiste vago de mierda?” 

Habíamos llegado muy temprano al Mercado. Es un lugar gigante, estaba amaneciendo. No recuerdo la hora que me despertó, pero tranquilamente podría ser a las 5 de la mañana. Cuando cargamos el primer cajón en la camioneta, papá me miró el pantalón y me preguntó qué era esa mancha de sangre en la pierna. Inmediatamente me acordé del momento que vi a Violeta en la camilla y me tiré encima de ella para abrazarla, por la emoción de verla. Ahí se me manchó el pantalón, claramente no me había dado cuenta. Hasta ese momento, entre cajones de verduras  con la vista de papá fija en mí, no me había visto esa mancha. Recordé que ese día, tenía puesto ese mismo pantalón. “Me debo haber manchado con los tomates…”, tiré. Obviamente ni me creyó. “¿Vos te pensás que yo soy boludo?, ¿En qué andas vos? Más te vale que no estés robando o no te hayas mandado ninguna cagada, porque de las piñas que te voy a dar no te van a quedar ganas de joder más”, me advirtió con su tono de siempre. 

Estuve todo el día con dolor en el pecho, mirándome una y otra vez esa mancha. No dejaba de pensar en Violeta, quería irme a casa. Ella no tenía celular, en mi pieza no había teléfono. Al fijo de casa no podía llamar. Estaba preso, no podía hacer nada, sólo esperar a que se termine el maldito día para volver.

Llegué a casa, entré corriendo a la habitación, desesperado. Tan apurado, que dejé la puerta abierta y no me di cuenta que mamá venía atrás mío para saludarme. Ni bola le dí. 

Ahí estaba Violeta, acostada exactamente con la misma postura que tenía cuando me fui. Le besé la frente, pero ya no estaba calentita. Fue la frente más fría que besé. Y ese beso, fue el último que pude darle.



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Escrito por Rodrigo Gauna, con profundo respeto y seriedad.
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