viernes, 19 de octubre de 2018

S – U – E – Ñ – O – S

 oñé con mi viejo

Lo vi con claridad, era él. Me acerqué. Estaba tomando mates, sentado bajo la sombra del limonero. Sin hablar, con un solo gesto, cebó uno y me lo ofreció con una hospitalidad digna de un buen campechano. Lo tomé lentamente. Es que el humito que salía de la yerba me indicaba que el agua estaba para pelar chanchos, la intuición no falló. Quemaba. Era un mate corto, caliente, lento y amargo. Corto por la poca agua que le ponía, caliente por razones obvias, lento por la temperatura del agua que obligaba a ser cuidadoso. Y amargo, muy amargo. Más amargo que un mate amargo. Aún recuerdo su sabor, me quedó impregnado en la lengua y el paladar. Si me preguntan cuál es el mate más amargo del mundo, les digo que el que cebaba mi papá. Perdón por lo reiterativo y por no brindarle sinónimos de amargo al relato, pero esos mates eran así, amargos. Y punto.


 na buena charla

Solemos creer que la voz tiene que salir de nuestra garganta y decir algo para llenar el espacio, para correr al silencio. Pero no es necesario.  Una buena charla entre dos personas puede ser aquella en la que no se hable. A veces, estar en silencio es el mejor idioma. Porque nos permite escuchar. Con el correr de los años aprendí a escuchar. Y también a observar. La mezcla de estas dos aptitudes me lleva a reconocer las personas que no saben hacerlo. Carecer de la capacidad de escucha limita toda concepción de realidad.

Tomábamos mate mientras sonaba de fondo, muy de fondo, los tangos de la radio. Hasta que me habló. Volví a escuchar su voz…


  sa voz la recuerdo

Por momentos ronca. Por momentos aguda. O grave. Sonaba seca, casi sin saliva. Cada vez que hablaba, se hacía sentir. Una vez lo escuché cantar. Desafinaba bastante. Pero no puedo negar que cantaba con pasión, esa pasión enardecida que suelen expresar los nostálgicos.

Se levantó del balde de pintura vacío donde estaba sentado. Yo lo miraba desde el pasto. Por la altura del sol, supongo que era mediodía. Hacía mucho calor. Lo sé por el short que llevaba puesto mi padre. En verano solía andar con el torso desnudo. Así, en cuero, con la redondez perfecta de su panza y sus fibrosas piernas chuecas, agarró la pava y habló: “Voy a cocinar algo”.


 oquis con salsa

Almorzar pastas era un clásico de los fines de semana. Solía ser algo básico, fideos con manteca. Por eso ver a mi viejo cocinando ñoquis se podía considerar todo un lujo. Lo seguí hasta la cocina. Me di cuenta que se trataba de un día domingo, porque la tele estaba prendida con la carrera de autos. El sonido de los motores mezclado con la voz particular del relator era música para sus oídos. Ante cada choque, golpe, grito o alguna onomatopeya del periodista, papá interrumpía lo que estaba haciendo para prestarle religiosa atención. No importaba mucho el apellido del corredor, sólo deseaba que se suba al podio del primero alguien que haya manejado un Ford.

Cuando caía la tarde, salimos a andar en bicicleta por el barrio. Anduvimos por muchos lugares. Hasta que llegamos a una estación de servicio. Apuntó la vista directo a la tele del bar


 tra gran alegría

El fútbol era una pasión indiscutible. Para cerrar un día perfecto, tenía que ganar el equipo de sus amores. Le gustaba decir: “Solo falta que gane Boquita”. Sufría y gozaba mucho por Boca. Cada vez que ganaba, yo pensaba inmediatamente en él.

Si durante el resto del día no hablamos, en este momento ocurría todo lo contrario. Mirábamos el partido tomando gaseosa, apenas le alcanzaba para comprar una botella chica. La efusividad para gritar los goles, los comentarios, quejas al árbitro e insultos al rival nos daban un tinte de fanatismo, que ni el barrabrava más peligroso del país se parecía a nosotros.

¡Salimos campeones! Ver a mi viejo subirse a la bici con extrema alegría era una imagen imborrable.


          oñar pequeñas cosas

Los detalles que atesoramos nos definen como las personas que somos y queremos ser. Llegamos a lugares impensados, recorremos sitios que alguna vez fueron parte de la realidad. Podemos ver, escuchar, hablar, tocar, abrazar.

Soñé con mi viejo. Con su voz y sus silencios al mismo tiempo. Solo una persona como él tenía la capacidad de manejar esos dos idiomas. Volví a comunicarme con él. Como aquellas veces, escuchando su silencio. Me reencontré con él, tarareando canciones de su vieja radio portátil. Soñé con el sabor de sus mates, en un domingo cualquiera. Con lo sencillo, con su simpleza, con lo humano. No fue un recuerdo, estuve ahí, sé que estuve soñando.



Relator de Sueños



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lunes, 8 de octubre de 2018

SIN ETIQUETAS


Acá estoy nuevamente arremetiendo contra la modernidad, sin oponerme a ella ni mucho menos llamando a un “golpe de estado”. No pretendo que, cayendo en la comparación con tiempos remotos, usted simple lector/a afirme que quien suscribe es enemigo acérrimo de las nuevas tecnologías. Al contrario, soy un aliado más. Me sirvo de ellas, para expresarles nada más y nada menos que una mera visión de la realidad, un modo de ver las cosas. Lo que leerán a continuación, no es ni la verdad absoluta ni una opinión indiscutible.


Llevamos el chip de la ansiedad

Nuestra mente, siempre tan compleja y estimulada, vive días de una intensidad tan constante que nos lleva a sobrevalorar el tiempo. Gracias a la inmediatez de la globalización, al efecto “social” de la vida íntima y a la velocidad de la conectividad, los segundos pasaron a ser minutos y éstos a su vez, se sienten como horas. Llamar la atención ya no es el desafío, el trabajo está en conservarla. (Pensamiento del autor: ¿Será que leerán el texto hasta el final?)

Cuando enviamos un simple mensaje a una persona, ¿Acaso no chequeamos una y otra vez si llegó y fue leído? Seamos sinceros/as, ¿Nunca le dimos el carácter “urgente” cuando en verdad no lo era? Todo parece indicar que, en realidad, lo que sucede es no concebir a la otra persona con el teléfono lejos de su mano. Es tal la incorporación de esta herramienta de la comunicación a la vida diaria, que la maquinaria de la imaginación solo admite gente “en línea”, “activa”, “disponible”, o como quieran llamarlo. Necesitamos saber todo YA. No saber esperar es producto de haber desaprendido ciertas cosas: Por citar algunos ejemplos, ¿Me van a decir que cuando enviábamos una carta por correo pretendíamos respuesta inmediata? Si coordinamos encontrarnos con una persona en tal calle, ¿Qué es lo primero que hacemos cuando llegamos al lugar? Habría que contabilizar cuánto esperamos hasta mandar el “llegué, ¿dónde estás?”


Publico, luego existo

“Salgan a vivir el mundo”, dijo alguien quejándose del uso de las redes sociales. Inmediatamente, se creó una cuenta para estar a la moda, porque todo su entorno lo había hecho. Y salió al mundo, pero mucho mejor que antes, porque ahora tiene perfil en Instagram. Paradójica contradicción en la que cayó esta persona, ¿No?

No publicar o no “chequear” lo que publicaron otros/as, nos genera una sensación de vacío tan grande, que no se trata simplemente de exclusión. Estar en las redes es pertenecer a ellas. Mezclarnos entre la masa, incorporar los modos, hábitos y costumbres, modificar nuestro lenguaje, entre otras cosas, nos da algo más que un sentido de pertenencia. La EXISTENCIA misma. ¿Nunca pensaron que sería de nosotros sin celular ni redes sociales? Para ahorrar ansiedades, les doy la respuesta: No existiríamos. Seríamos borrados/as literalmente del mundo, o mejor dicho, del mundo virtual.


Al alcance de la mano

El despertador solía ser aquel reloj ubicado en la mesita de luz. La temperatura y probabilidad de lluvias para el día, la sabíamos al sintonizar la radio o TV. La tapa del diario era conocida cuando nos golpeaba la puerta de casa por la mañana. Un correo electrónico era leído únicamente en la oficina. Para llegar a destino, abríamos el mapa o la guía de calles. Pedíamos una pizza buscando el número de teléfono en el imán de la heladera y llamando posteriormente. Nuestras cuentas bancarias solo las conocíamos yendo al banco…

Abundan los ejemplos, de cuan resumida se encuentra la rutina diaria a la palma de la mano. Todo lo que precisemos, lo tenemos ahí. Esa facilidad, extendida a muchos ámbitos de la vida cotidiana, se convirtió en necesidad. Y esa necesidad, en dependencia. Por eso, el celular es lo primero que vemos al despertar y lo último antes de dormir.


¿Ya no disfrutamos?

Ni siquiera en nuestras tan esperadas vacaciones, por fin sentados/as en la reposera de cara a la inmensidad del mar, ni en la cima de la montaña más linda del mundo, tampoco en esas instancias queremos “desaparecer”. No vamos a borrar rastro alguno. El mundo tiene que saber que semejante avión está a punto de despegar cuando nos vamos o aterrizar al regreso.

En el grupo de whatsapp somos 9, organizamos una gran reunión. Será un reencuentro, después de varios meses sin vernos. Nos vamos a sentar alrededor de una gran mesa y brindaremos por tantos años. Cuando ya estemos todos, ¿Alguien preguntará “quién falta”? ¿Nos pondremos a repasar una y otra vez la lista? ¿Hablaremos de las personas que no fueron invitadas? Suena casi a utopía que transcurran 2 horas con los 9 celulares en los bolsillos.

Somos pareja, estamos vestidos de gala. Nos acaban de preparar una deliciosa comida en el mejor restaurant de la ciudad, en la cena más romántica que podíamos tener. Antes de mirar a los ojos a esa persona que tanto amamos y confesarle todo nuestro amor, le vamos a sacar una buena foto a ese plato. Para cuando nos traigan el postre, tendríamos que tener muchos “me gusta” y comentarios aprobatorios a esa publicación. No importa si durante la velada discutimos, hablamos de cosas feas o ni siquiera conversamos, eso no tendría importancia. Si en la foto salimos bien y los comentarios rezan la frase “Me alegra verlos felices”, el objetivo de la salida estaría cumplido.

La pregunta que resume estos ejemplos es una sola: ¿Seríamos capaces de vivir sin etiquetas?


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jueves, 13 de septiembre de 2018

VER PARA CRECER



Un anciano y un niño se sentaron bajo la sombra de un árbol. El hombre le preguntó al pequeño: -¿De qué color es la vida? -. El nene, mirando el cielo le contestó: -Celeste -.

-Puede ser. Sin embargo, estás respondiendo más allá del alcance de tu propia vista. Eso es porque buscas lo lejano, lo inalcanzable para tu mano. Y lo único que es eterno -.  El viejito, señaló hacia arriba y siguió diciendo, -mucho más cerca tenemos cosas que también representan la vida, en todas sus formas -.

El niño observó detenidamente una hoja seca. Con desconfianza, respondió: -Esa hoja está marrón porque se secó -.

-Así es, está seca. Eso, para mucha gente, simboliza la muerte. Las personas que le tienen miedo, siempre te van a decir que es lo contrario a la vida. Pero te desafío a responder la siguiente pregunta, mira ese árbol y dime: ¿No puede la muerte ser parte de la vida? –dijo el anciano.

-¿Entonces la vida es marrón? -.

-Del color que quieras darle. Puede tener uno, mil o ninguno. Dependerá de tus ojos y tus ganas de pintar el mundo –el hombre se puso de pie, apoyó la espalda sobre el tronco y continuó-. Vivir también es una manera de morir, morir también podría ser vivir. La naturaleza que nos rodea, lo dice todo el tiempo, el problema está en que no queremos escucharla. Frente a tus ojos, si miras bien, vas a encontrar muchas cosas. Me voy, para que puedas verlas-.

El niño se quedó solo, observando detenidamente el árbol. Miró cada una de sus partes y se alegró. Es que descubrió, con mucho asombro, colores y texturas en ese árbol donde antes solo veía el marrón de las hojas secas.
 
Debemos aprender a prestar atención, sin la sentencia apresurada de las cosas. Los detalles que tenemos a nuestro alrededor nos pueden enseñar a vivir realmente.

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lunes, 27 de agosto de 2018

MÁS AMOR NATURAL



Escuchamos muchas veces la frase trillada "con el amor no alcanza."  Pensemos bien en semejante afirmación, "el amor... no alcanza". ¡Qué contradicción más grande! Si se supone que el amor es la fuerza más grande del Universo, ¿Cómo no va a ser suficiente? Lo que esconde esa frase en realidad es una mentira piadosa, una manera distinta de excusarnos ante la falta de amor. Lo decimos para no admitir una carencia, algo que no sentimos. Es probable que la digamos cuando no haya amor verdadero.

¿Por qué mendigamos amor? Eso tampoco debería pasar. Pedir cariño, demandarlo a las personas. Es que no se negocia. El amor no es una mercancía, al contrario. Es algo intangible que se da SIN ESPERAR RECIBIR NADA A CAMBIO. ¿Por qué osamos de pretender al Amor? No debería suceder, que estemos más pendientes de llevar registro del cariño de los demás sin mirar el propio, el que debemos regalar nosotros mismos.

No mendiguemos cariño, regalémoslo. Porque si estamos tan pendientes de cuánto nos dan, nos vamos a olvidar de lo que nosotros somos capaces de hacer, y así caeremos en un sitio incómodo, calculador. Cuántas veces escuchamos a las personas decir "para vivir en pareja hay que ceder, es una negociación". Entonces vale preguntar: ¿Debería ser así, como si se tratara de un acuerdo, de un contrato? ¿Qué es lo que "cedemos"? ¿O será que estamos resignando parte de lo que somos? Pero amor no es resignación, debería equivaler a una aceptación de la persona. Las cosas que resignamos son en verdad, esos detalles que hacen a la convivencia, que naturalmente dejamos de lado por el bienestar común. No confundamos esos aspectos particulares con una mirada fría y especuladora del amor en general. Una cosa es abandonar las “manías” personales porque resultan perjudiciales a la otra persona y otra muy distinta es dejar de lado nuestro propio ser, perder el amor propio.

Sentir amor por alguien, ¿No es también amar sus errores y defectos? Claro que sí, no sientan miedo de amar lo imperfecto de las cosas. No existe la perfección, sino más bien nuestra idealización de esa supuesta perfección. Aprendamos a reconocer los defectos de nuestros seres queridos para aceptarlos realmente.

Si hay amor en nuestro interior, no sentiremos la necesidad de salir al entorno a pedir cuentas. No vamos a exigirle nada a nadie, no nos deben rendir a nosotros, no hará falta. Porque vamos a sentir amor, ese va a ser el motor que le dará impulso a nuestros pies para avanzar, nunca retroceder. A esas personas que amamos, les vamos a dar amor sin pretensiones, amor del bueno. Ese amor de la nobleza es el que todo lo da, sin reclamar nada. Que no existan cárceles, que no haya ataduras. Amemos la libertad, comenzando por la propia, para que admiremos la libertad de la persona que nos acompaña. La reciprocidad de sentirnos libres implica muchas cosas, una fundamental es el amor desinteresado, sin medidas ni etiquetas. Cuántas veces habremos escuchado a las personas decir frases como "si llevan tantos años deberían probar con la convivencia", "los novios tienen que hacer tal cosa", "las novias tienen que hacer tal cosa", "el hombre en la pareja es...", "la mujer en la pareja es..." ¡No! Cada persona es como es, somos seres únicos e incomparables, individualidades que ELEGIMOS la compañía a nuestras vidas. Ningún camino se transita igual, ninguna historia se escribe de la misma manera. No hay fórmulas ni dictados para el amor, más que seguir el impulso de nuestro corazón. Rompamos esas reglas absurdas: El amor no es social, justamente amar nos hace libres. Aprenderemos a amar desde la admiración y el respeto, como las aves que salen del nido para trazar su propio vuelo.

Se necesita más amor natural...Hace falta un sentimiento así en el mundo.

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viernes, 10 de agosto de 2018

DIME QUE OPINAS DEL ABORTO Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

Una vez más, el “honorable” Senado de la Nación Argentina, se convirtió en el escenario principal de una sesión histórica para el país. Lxs “representantes” del pueblo brindaron, el día miércoles 8 de agosto de 2018, un debate que dejó mucho que desear. Fueron 62 personas que expusieron en un discurso de 10 minutos aproximados cada unx, sus visiones PARTICULARES de un tema serio, profundo y transversal con un bagaje histórico, tan añejo como la sociedad misma. ¿Por qué una problemática demandante de políticas públicas fue tratada desde los fundamentos a base de creencias personales? Siguen los ecos de una jornada en la que abundó el “YO creo que…”


La votación duró apenas unos segundos. Se dio a las 2:44 de la mañana



Luego de casi 17 horas de debate y con un total de 62 oradorxs, la Cámara alta rechazó (a las 02:44 del día jueves) el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que contaba con media sanción de Diputados. Con el voto negativo de 38 senadorxs, 31 a favor, 2 abstenciones y 1 ausencia, la iniciativa no podrá volver a considerarse durante el corriente año parlamentario. Vaya paradoja, que en tan solo 17 horas 71 personas, ocupando una banca por voluntad y elección democrática de la población, hayan decidido sobre el futuro de una problemática que arrastra DÉCADAS. Esos 38 votos en contra frente a los 31, sumado a las 2 abstenciones no fueron más que 71 DECISIONES POLÍTICAS. Cada senador y senadora, han elegido qué hacer al respecto, de qué lado de la historia quedar, han demostrado que clase de personas son. Esas decisiones que tomaron son fiel reflejo de lo que somos como sociedad: Lxs que “no porque no”, lxs que “si porque si” y no dejemos de lado esos 2 votos “en blanco”, que también ejemplifican a ese sector de la población que descansa en la impunidad de la quietud. El punto en común es la liviandad con la que vociferaron sus argumentos, demostrando una irresponsabilidad verbal tan grande como el Congreso.


Rojo: Votos en contra. Verde: Votos a favor. Amarillo: Abstenciones. Celeste: Ausente.


Nos cuesta tanto empatizar con causas donde hay injusticia por la evidente ausencia del Estado, que caemos en el facilismo de "mirar para otro lado". Si sus funciones son ineludibles, ¿Por qué tardamos en reaccionar? ¿Cómo podemos permitir que quienes nos representan, defendiendo y atendiendo los intereses de las provincias digan abiertamente "El Estado no está presente"? Muchxs de ellxs llevan años en el Senado o fueron funcionarios públicos, por citar un ejemplo se puede mencionar a Rodolfo Julio Urtubey, graduado como abogado en el año 1982, quien es senador por la Provincia de Salta desde diciembre de 2013 y dijo textuales palabras: "Yo creo que habría que ver aquellos casos, porque hay algunos casos donde la violación no tiene esa configuración clásica de la violencia sobre la mujer, sino que a veces la violación es un acto no voluntario con una persona que tiene inferioridad absoluta de poder frente al abusador, por ejemplo en el abuso intrafamiliar, donde no se puede hablar de violencia pero tampoco se puede hablar de consentimiento..."

El Senado de la Nación Argentina está compuesto por 72 personas: 30 son mujeres y 42 hombres. ¿Cómo votaron?

Votos en contra:
24 de los 42 senadores hombres.
14 de las 30 senadoras mujeres.

Votos a favor:
17 de los 42 senadores hombres.
14 de las 30 senadoras mujeres.


Sin embargo, lo que pasó en el Senado no fue lo único. Las calles se expresaron nuevamente, los medios masivos de comunicación tomaron esa expresión con el foco puesto en “farandulizar” la hipocresía y seguir en la errada postura de tomar el tema como una “guerra de tribunas”. ¿Realmente creemos que es una cuestión de ver "que color ganará"? ¿Se trata de la dualidad entre verde o celeste? ¿Es necesario que nos comportemos así? La historia argentina se escribe trazando la división entre dos bandos, corriendo maliciosamente el eje central de las discusiones y preocupaciones de los grupos colectivos que surgieron con anterioridad. Un lema, un slogan, un cartel original comienza a circular y se difunde. Lo que se viraliza y "suena lindo" llega a personas que solo repiten de memoria, sin preguntarse de quién fue la ocurrencia o si atrás de la frase existe un proyecto responsable para "salvar vidas" realmente.

Recomendaciones de lectura:
Historia de la Comisión por el Derecho al Aborto
Archivo Digital de consulta pública y gratuita
(Del sitio oficial: Abortolegal.com.ar)

Quiénes llevan pañuelos celestes
(Artículo periodístico de la Revista Anfibia, por Luciana Rosende y Wender Pertot)




Lxs presentadorxs de radio y TV acudieron a las plazas, donde la gente alzaba una bandera o llevaba un pañuelo, banalizando el contenido de sus dichos o mostrando las manifestaciones con jocosa algarabía, como si se tratase de una marcha más. Si un grupo manifestaba su bronca, ira y decepción, el morbo por regodearse en ese barro de la violencia les atraía más la atención.

"Marcha celeste", "marcha verde", "sector verde", "sector celeste", "la ola celeste", "aborto legal", son algunos de los títulos que decidieron poner los responsables de los grandes medios, con la excusa de limitarse simplemente a "mostrar la realidad":


  (En el video: Un hombre con pañuelo celeste en el cuello le agradece "por el esfuerzo" al periodista)








Que las calles del país entero desborden de mujeres de todas las edades no significa una simple manifestación. Es un cambio de paradigma que ya está instalado en la sociedad, es la deconstrucción del pensamiento clásico, conservador, obsoleto y machista. El feminismo es la apertura a una sociedad más justa, por ende los hombres debemos acompañar con respeto y sin entorpecer semejante lucha, porque es la más significativa en décadas de Democracia





No, no vamos todavía... Como sociedad, estamos recién arrancando, debemos madurar mucho, empezando por lxs que deben predicar con el ejemplo. No hay nada para festejar, nada para celebrar. Es momento de reflexión, de SERIEDAD y RESPETO. La conducta de muchas personas debería ser intachable frente a ciertos temas. Lo preocupante, es que algunas cosas pasen desapercibidas. Todo este combo, más el éxtasis del fanatismo que pone vendas a los ojos, deja esos lugares donde algunxs parecen estar en comodidad y de las “invisibles” poco se habla: Las víctimas siguen siendo víctimas, inescrupulosxs siguen sin escrúpulos, hombres y mujeres siguen siendo machistas, las opiniones fundadas en el "YO creo que" siguen circulando vagamente... 
Y mientras, LAS PIBAS SIGUEN MURIENDO. Una, cien, mil o quinientos mil muertes, ¿Vamos a seguir permitiendo que pase?  #NiUnaMenos



Rodrigo Omar Gauna




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sábado, 28 de julio de 2018

(DES) CONECTADOS


El ser humano creó un nuevo mundo. 
El de la necesidad imperiosa por hacer que la vida sea una gran vidriera: Vender felicidad





Todo lo que hacemos, pensamos y sentimos es exhibido, nos convertimos en propagandistas de nuestra propia intimidad. Esa misma intimidad, que antes iba directo al cofre de los recuerdos, hoy no espera otra cosa que muchos "me gusta" de forma simultánea. Es el "otro" mundo, el paralelo.  

Vayamos a recorrerlo...

Desayunos, tramos hacia el trabajo, almuerzos, capturas de pantalla con música de Youtube o Spotify, con mensajes recibidos o mails, mates recién preparados, oficinas, reuniones, cosas que suceden en la calle, autos, transportes públicos, platos de comida, tazas de té, apuntes de estudio, vasos de cerveza, bailes, fiestas o boliches, lugares visitados, eventos de todo tipo, el baño (y todo lo que se pueda hacer ahí), las series o películas de Netflix, libros leídos o por leer, habitaciones, camas o sillones, mascotas de todo tipo, momentos de relajación... Hasta los minutos previos al descanso nocturno, en pijama para ganar credibilidad. Las 24 horas, pendientes de la gran vidriera. Ni hablar de los viajes, los países visitados, los aviones despegando, las montañas, ríos o mares; las reuniones familiares, la torta de cumpleaños con la bengala prendida. Todo lo cotidiano, lo transitable, la experiencia de cada ser humano, es "compartida" en el preciso instante que sucede. Es una dependencia constante y evidente, ya sea para revelar secretos íntimos como para ser testigos de los ajenos. Todo esto es llevado a esa realidad paralela llamada "nube". Pero pongamos en jaque ese falso concepto de "compartir" vivencias:

En una charla de café, de la mesa de cualquier bar, ¿Por qué vale más la clave del wi-fi que el contacto directo a los ojos?

En un concierto musical o un partido de fútbol, ¿Por qué no se ven las sombras de la silueta de las cabezas y se ven pantallas de celulares en las tribunas?

En las salas de espera, ¿Por qué ya nadie se queja de las revistas viejas?

En la parada del colectivo, ¿Por qué hay personas que lo pierden?

En la señal verde del semáforo, ¿Por qué tardan un poco más en arrancar los autos?

En los aeropuertos, ¿Por qué hay tantos enchufes?

En las peatonales céntricas, ¿Por qué se choca la gente entre sí?

En la vida misma, ¿Por qué estamos tan apurados? Debe ser por la era de la inmediatez, donde la ansiedad por recibir un mensaje como respuesta nace antes que se envíe el mismo mensaje. Es la época donde un "cartelito" con una frase reflexiva es utilizado para llamar la atención, nos sirve para hacerles saber a los demás lo que pensamos o sentimos pero en ese escondite, sin decirlo directamente a esa persona. Dicho de otra manera, "compartimos" un mensaje subliminal.

Recuerdo que las fotos de las vacaciones las podía ver varios días posteriores al regreso, cuando mamá y papá las "revelaban". ¡Esa mágica sensación de sorpresa! Por reencontrarnos con los recuerdos de los momentos vividos enmarcados en un álbum de fotos, la diversión que significaba pegarle stickers con frases alusivas. Esas vacaciones eran mías, solo mías y de mi familia. No era egoísmo, al contrario, era disfrutar plenamente de las cosas. Estoy seguro que la sociedad no estaba desesperada por "no tener noticias" de mi familia, por no saber dónde estábamos vacacionando. ¿Por qué hoy en día no pasa eso? ¿Por qué la urgencia de la publicidad inmediata le ganó al placer duradero?

Puedo "subir" a la red social la foto del postre que estoy por comer, pero ¿Y el sabor? 

Si les muestro un breve video en el preciso instante que llego a la cima de una montaña, ¿Sentirán la caricia del viento sobre el rostro?

Incluso en este mismo texto, publicado en este mundo virtual, que ustedes están leyendo y tal vez pensando "¡Qué largo es, como pierdo el tiempo!", ¿Alguien puede sentir la sensación de liberación que tengo yo en este momento? Estoy seguro que no, nadie podrá hacerlo jamás. Porque forma parte del mundo real, ese que me conecta verdaderamente con las cosas que siento y no con las apariencias. 



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martes, 12 de junio de 2018

SACARNOS LA CARETA

Deberíamos dejar la hipocresía. Todxs y cada unx de nosotrxs. Vamos a partir de una base muy sencilla: ¿Quién puede predicar con el ejemplo?

Pensemos en nuestro día a día. En el nivel de “indignación” que desarrollamos frente a los hechos cotidianos. En los consejos que damos. En nuestro comportamiento frente a las adversidades. En la coherencia relacionada al pensar/actuar. En estos días, que tan acaloradamente se habla de un tema sensible de SALUD PÚBLICA como lo es la interrupción voluntaria del embarazo, vamos a hablar de actitudes hipócritas…

Antes intentemos respondernos a algunas preguntas:
¿Cuántxs de nosotrxs nos indignamos con la violencia machista pero “insultamos” a alguien diciendo “PUTO/A”?
¿Cuántxs repudiamos la violencia en el mundo, pero deseamos y festejamos cuando matan a un ladrón de celulares?
¿Cuántos pregonamos el amor de Dios desde la religión y sin embargo nos abundan sentimientos de rencor?
¿Y lxs que fomentamos la igualdad mientras rechazamos al/la que piense distinto?
¿Nunca nos tocó de cerca la infidelidad para luego pretender lealtad absoluta? ¿A cuántos “machos” casados les festejamos sus aventuras, pero al mismo tiempo señalamos con el dedo acusador a la mujer infiel? ¿Cuántxs padres/madres le decimos a nuestrxs hijxs “no hay que mentir”, mientras pasamos una noche de hotel sin dormir en nuestra cama?

Sigamos sincerándonos. Pensemos…
¿Nunca prometimos valorar la vida y no preocuparnos más por “pavadas” al enterarnos de una muerte repentina, pero al día siguiente rompemos esa promesa con un enojo inexplicable? ¿Será que ese shock que supone la noticia nos hace decir cosas que no sentimos?
¿Cuántxs nos quejamos del aumento de pobreza y la gente sin trabajo, pagando miseria (y sin declarar al Estado) a una persona para que limpie la casa? ¿Cuántxs propusimos REVOLUCIONES enteras contra lxs poderosxs desde nuestra cómoda silla al muro de Facebook o en escasos caracteres de Twitter?

La hipocresía se encuentra en todo ámbito de la sociedad, con el tema del aborto también pasa. Como no es la excepción, una vez más emergen sobre nuestros entornos, incluso los más íntimos, opiniones infundadas en la empatía o apatía con el tema, sin la seriedad y responsabilidad que merece. Lo más triste, sin la información necesaria. Somos una sociedad con “vagueza intelectual”: Esto significa, que no ahondamos en qué se debate, no profundizamos ni tampoco investigamos. Vemos a cualquier personalidad de la tele o leemos un Tuit simpático sobre el tema y en base a eso construimos nuestra propia opinión. Recién ahí tomamos postura. Escuchamos y leemos a personas decir o compartir frases exactas a las mismas que circulan, se replican “cartelitos de Facebook” que alguien pensó para llamar la atención y ganar adeptos, pero que carecen de precisión con el debate en cuestión. Un ejemplo es la foto del feto y la frase que lo acompaña: “No mates” o “Si a las 2 vidas”. ¿Realmente alguien piensa que una persona que pide legalidad en el aborto, lo hace porque quiere matar por matar? Al decir “no mates”, ¿Están tildando de asesinas a esas mujeres? ¿Son conscientes de lo que están diciendo? ¿Acaso nunca se dieron cuenta que los sectores más pobres de la población, o sea, lxs que menos accesos tienen, son lxs más propensxs a caer en manos clandestinas y dejan SUS VIDAS en manos irresponsables? ¿No sabían eso? ¿Y que una persona de mayor poder adquisitivo, puede pagar en una clínica privada por “un buen” aborto sin sufrir daño alguno? Pero como hoy en día, esa práctica es ilegal, la mayor carga de supuesta culpabilidad no la tiene el hombre que cobró por hacerlo, sino la mujer. La principal “acusada” es la mujer, primero por “dejar embarazarse” y no cuidarse. La señalamos de “trola”, de mujer que no sabe decir “no”. Una vez que la acusamos de todo eso, le exigimos hacerse cargo y responsable de esa criatura. Insisto, no seamos hipócritas, no olvidemos eso. Entonces, desde afuera (muy afuera) opinamos abiertamente que “hubieran pensado antes de abrir las piernas”. ¿Qué pensamiento machista tenemos, no? Piénsenlo por un segundo.

El relato de nuestra sociedad corresponde básicamente a una CULTURA MACHISTA. Una cultura que está arraigada por décadas. Lo que está pasando hoy en día, con este cambio de paradigma, no es otra cosa que la DECONSTRUCCIÓN de ese relato machista preconcebido. El rol de la mujer está cambiando, como así también el del hombre. En cuestiones de género, ya no debemos encasillar, rotular, intentar “moldear” lo masculino o lo femenino, ya no existen inferioridades ni mucho menos superioridades, se trata de IGUALDAD. La fortaleza trasciende y traspasa los géneros. Hombres y mujeres, somos seres HUMANOS, libres y con igualdad de Derechos.

Estamos entre todxs dejando la hipocresía, por eso cada unx deberá mirar para adentro, pensarse a sí mismx y replantearse algunas cuestiones…

Si quedó embarazada: “Esa mujer no supo cuidarse”
Si decidió abortar: “Esa mujer es asesina”
Si es heterosexual y está en pareja hace varios años: “¿Para cuándo el hijo?”
Si es homosexual: “¿Nunca un novio vos?”
Si es homosexual y está en pareja: “Pero, ¿Cómo van a hacer cuando tengan hijos?”
Si está soltera: “Es hora que encuentres un hombre”
Si tuvo muchos hijos: “Se embaraza por un plan social”, “no sabe cerrar las piernas”
Si no puede criar a su hijx: “Es una mala madre”
Si tiene pareja y se va sola de vacaciones: “¿Y tu novio te deja?”
Si la acosan por la calle: “Es que se viste para provocar”
Si la violaron a la salida del boliche: “A ver cómo iba vestida”
Si la violaron y quiere abortar: “Que lo dé en adopción”
Si la violaron, es menor y fue obligada a tener al hijx: “Quedó embarazada. No abortó y fue madre a los 13”

A todo esto, ¿Qué decimos de ÉL? ¿Qué le preguntamos a ÉL? Lo más repetido, para recaer sobre el hombre, es la homosexualidad planteada como “un problema”: “Mi hijo es medio rarito”, “debería estar con todas las minas”, “es un puto de mierda”. Por todo lo demás, cuesta encontrar acusaciones u opiniones tan crueles sobre el hombre. ¿Por qué será?

Justamente, estamos en etapa de deconstrucción. Lleva tiempo, cuesta porque supone un carácter empático con lxs demás, porque conlleva una carga de sensibilidad mayor a otros temas. Lxs que vienen a plantear el crecimiento del pensamiento, intentan derribar muchos mitos y leyendas, es una tarea ardua, costosa y de mucho sacrificio. Hay, hoy en día, mujeres que le ponen el cuerpo a la lucha. También, digamos toda la verdad, existen otras mujeres que se niegan a esa lucha y la menosprecian. Increíblemente, a los pañuelos verdes ahora se le oponen los pañuelos celestes que dicen “Si a las 2 vidas”. Son nada más y nada menos que los gajes de la democracia, lo penoso es que no se discuta lo mismo y la facilidad con la cual corremos los enfoques, según nuestra propia conveniencia. Tiene un triste “ADN argentino”, el fanatismo que acarrean estos temas: “Estás o no estás”

Lo que se debate aquí no es “SI” o “NO” al aborto. No es el eje de la cuestión, no se trata de que el Congreso vote por el “Si, aborten” o “No, no aborten”. Eso es decisión PURAMENTE PERSONAL y nadie debe ser juez, porque todxs, absolutamente  todxs, tenemos la moral bastante desequilibrada como para andar mirando las acciones de lxs demás. Y como ya hemos dejado la hipocresía de lado, asumimos de una buena vez que el aborto existe hace muchos años.

Aquí se define si será LEGAL o seguirán haciéndolo de manera CLANDESTINA. Eso se sabrá en los próximos días. Si el tema está en el marco de la Ley, entonces a cualquier persona que habite suelo argentino, el ESTADO deberá garantizarle protección, cuidados, seguridad y toda la información posible sobre el tema, para que ninguna vida corra riesgo. La legalidad en cuestión no significará que TODA MUJER estará obligada a abortar, no habrá obligación en ello. Es una Ley para otorgar DERECHOS, no para dañar. Los tres grandes ítems son muy claros: Educación Sexual para DECIDIR, Anticonceptivos PARA NO ABORTAR, Aborto Legal PARA NO MORIR. Más claro que eso, imposible. Y si la interrupción voluntaria del embarazo llega a ser legal, entonces habrá que velar y garantizar la total protección de las personas, que se aplique correctamente el protocolo de salud pública, que ninguna persona sufra daño alguno. Así como también, que se cumpla con la Educación Sexual Integral, o sea que las escuelas (instituciones del Estado principales formadoras del pensamiento de personas) hablen del tema, que haya información, contenido y conocimiento, para que por fin la sexualidad deje de ser un “TABÚ Social”.

Estando de acuerdo en todo esto, otro dato resulta interesante y vale la pena destacar. La lucha feminista es la más grande y con mayor alcance en tiempos de democracia. Su visibilidad ha ido en creciente notoriedad, incluso los hombres se han hecho feministas. Este detalle, por más controversia que genere, merece mención ya que implica un auto reconocimiento por parte de algunos varones. Es otra cuestión si “debe luchar a la par”, “no tiene que meterse” o “el hombre solo debe acompañar”; siempre y cuando no entorpezca, no minimice ni banalice semejante lucha. Muchos hombres dicen estar a favor del feminismo, pero sabemos todxs que son dichos de la boca para afuera. Porque piden “no más violencia de género” y “ni una menos”, pero en su cotidiano siguen con prácticas machistas. Queda camino por recorrer, es un movimiento que recién está en etapa de crecimiento y madurez. Seguirá ganando fuerza, por suerte para todxs. Las mujeres más valientes viven entre nosotrxs. Muchas han quedado en el camino, como sociedad debemos asumir los cargos y hacernos responsables, las hemos dejado morir. Durante décadas, se nos han muerto de las manos y no hemos hecho nada. Hasta hoy, que cada vez más mujeres se siguen uniendo. Trabajarán codo a codo con todxs. No se trata de una guerra de género, lucharemos todxs unidxs, hombres y mujeres por un país más justo, con un ESTADO PRESENTE, velando por NUESTROS DERECHOS.

Dejaremos de mirar para otro lado, como hasta hoy hemos hecho siempre. Sin hipocresía, y con un “meaculpa” responsable, todxs vamos a sacarnos la careta. Así, haremos historia.

Alfonsina Storni, “el feminismo es el ejercicio del pensamiento de una mujer”

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viernes, 13 de abril de 2018

Los daños del aborto ilegal

Lo que leerán a continuación son dos historias sobre dos casos distintos de abortos clandestinos, ficticias, pero que reflejan una triste realidad. 

Hoy en día, el aborto en Argentina ES UNA PRÁCTICA ILEGAL Y CLANDESTINA que asumen las mujeres, por el peso que injustamente cargan sobre sus espaldas al ser presas de un sistema machista. Un sistema que señala, acusa y muchas veces obliga a decidir sobre el cuerpo de la mujer, saboteando su libertad para elegir.  

Si esas jóvenes hubieran tenido información, contención y cuidados, no habrían llegado a esto. Dicho de otro modo, mucho más sencillo. Éstas historias no existirían si el Estado estuviera presente, garantizando el aborto seguro, legal y gratuito.



Estoy enamorada. Profundamente enamorada.

Conocí a un chico en un boliche, creo que es más grande que yo. Se acercó para bailar conmigo, me invitó a tomar algo. Le dije que no tomo alcohol, pero insistió y probé de su vaso. Estaba tan lindo y tenía un perfume tan rico, que no quería quedar mal con él. Por eso tomé, medio vaso. Me hablaba al oído, estaba vestido con ropa de marca. Me doy cuenta de eso, cuando alguien se viste “cheto”. Claramente no era de mi barrio, jamás lo vi en la plaza, ni en el Club. Le pregunté su nombre, me dijo que era una sorpresa. También quise saber de dónde venía y volvió a decirme que era sorpresa. Eso me encantaba de él, que en cada respuesta me sonreía para lucir esos dientes blancos cristalinos. Su sonrisa era perfecta. Tampoco me quiso decir la edad, pero por la barba que tenía, creo que debía tener 22. No importa que sea 8 años más grande que yo, me va a enseñar muchas cosas. Además, era el chico más lindo del boliche. Todas lo estaban mirando. Iba a la barra y compraba de todo, vi su billetera llena de billetes. ¿Cuánta plata debía tener? Jamás en mi vida vi tanta plata, pensé: “Cuando le cuente esto a mis amigas no lo van a poder creer”. Todos los chicos de mi barrio son pobres, algunos roban y otros solo se drogan. Por fin conocía a alguien distinto. Creo que le gusté, porque me miraba y me señalaba a sus amigos, entre los 3 se reían y le decían secretos al oído. Iba y venía, era el rey de la pista. Yo no paraba de mirarlo.

En un momento se volvió a acercar con un vaso de esos vinos que tienen colores, nunca tomé eso. Me dijo que no iba a emborracharme por probarlo y que si no lo hacía, era una “nenita miedosa”. Tengo 14, soy grande y se lo tuve que demostrar. Cuando terminé de tomar, me besó apasionadamente. ¡Guau! Que beso me dio. Tomó mi mano y salimos del boliche. Recuerdo que me subí a una camioneta roja, inmensa, grande como un colectivo. Todavía era de noche, nunca me iba del boliche tan temprano. Manejaba un amigo de él, iba rápido. No reconocía las calles, solo veía luces que se mezclaban entre sí. La imagen se hacía cada vez más difusa, él me besaba y me tocaba. Yo me estaba emocionando cada vez más. Me repetía una y otra vez al oído, “te voy a hacer mujer”, mientras metía su mano por abajo de mi pollera. La pasé bien, por lo que sé. Sus besos eran calientes, me sostenía con fuerza y yo no podía moverme mucho. No recuerdo más, no sé adónde fuimos ni si llegamos.

Al otro día, me desperté y estaba envuelta en una manta, acostada en un campo, al costado de una ruta. Mi ropa estaba desparramada por todos lados, sentía dolor en mis piernas y me costó pararme. A pocos metros alcancé a ver la camioneta roja. Estaba él, con jeans y sin remera. ¡Qué cuerpo hermoso tenía! Rubio, musculoso y con tatuajes en la espalda. Parecía un actor de Hollywood, estaba en cuero y su piel dorada lo hacía más lindo. Se acercó, me besó y me dijo: “buen día hermosa, como gozamos anoche, estabas como loca”. No sabía bien a qué se refería, por eso le pregunté que habíamos hecho. Él solo sonreía, miraba al amigo que estaba sentado en la camioneta y se reía a carcajadas. No me respondió y me llevó hasta casa. Bueno, hasta casa no. Dijo que se tenía que ir, estaba apurado. Por eso me dejó en la parada del colectivo, yo le pedí que me deje monedas o plata para tomar un remis porque no conocía esa zona, nunca había estado por ahí. Antes de arrancar me dijo: “Por acá pasan los colectivos, linda. Cualquiera que tomes, te deja. Nos vamos a volver a ver si querés.” Y se fue. Miré para todos lados, no veía ningún cartel, nada de nada. Cuando apareció un colectivo rojo lo paré, me subí y le dije al chofer que me lleve hasta mi casa. Estaba asustada, nunca había estado tan lejos y tan sola. Mi mamá y mi papá me iban a matar. ¡Era re tarde! Pero poco me importaba eso, había conocido al chico más hermoso del mundo y eso me alegraba. Si me castigaban en casa, no me iba a enojar. Eso sí, no podía permitir que me prohíban ir al boliche el sábado siguiente, porque tenía que volver a ver al rubio. Pensé: “Quiero ponerme de novia, invitarlo a mis 15 dentro de unos meses y que seamos novios para siempre”.

Pasaron 3 meses de la noche que conocí a ese chico, pasaron 3 meses del beso más lindo. Sigo enamorada de él, mis amigas dicen que no existe el amor a primera vista. Yo sí creo. No lo volví a ver, pero lo sigo esperando. Me prometió que nos íbamos a ver, solo pensaba en verlo para decirle que venga a mi fiesta de 15. No pude invitarlo. Volver al boliche donde lo conocí no sirvió. ¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué no volvió a ir? Cada sábado era una nueva oportunidad para encontrarlo. Me ponía en la misma pista, frente a la barra, exactamente en el mismo lugar, pero no aparecía.


Pasó el tiempo y llegó mi noche soñada… Desmayarme en mi fiesta de 15 fue lo más feo del mundo. Justo cuando bailaba el vals con mi papá. Estuve un ratito desmayada, me desperté y vi a todos ventilándome con servilletas. Me estaban por llevar a un hospital, pero un amigo de papá que es enfermero, me dijo que me había bajado la presión. Todos decían “por los nervios”. Me recuperé rápido y les grité a mis viejos, que no me iba a quedar sin mi fiesta de 15. Me negué a ir al hospital, así que seguimos festejando. Les costó mucho esa fiesta, sé que tuvieron que pedir plata prestada porque con el sueldo de papá no alcanza. No estábamos en un salón muy impresionante, era el saloncito del Club, pero la decoración, mi vestido y todas esas cosas, salieron mucha plata. Somos una familia humilde, la casa es alquilada y muchos meses mis viejos pagan tarde el alquiler porque a papá no le pagan el sueldo. Yo no entiendo mucho de leyes y esas cosas, pero siempre lo escucho decir “me tienen trabajando en negro hace años, saben que eso es ilegal”. Cuando él no llega con plata a casa, mamá discute y le grita cosas muy feas. Ella le pide salir a trabajar y él se enoja, la manda a la cocina. Entonces pasa lo de todos los meses, mamá llora y me trata mal. Una vez me dijo “cuando seas grande, primero casate con un hombre rico, un millonario que te mantenga, para después tener hijos. Si no, te va a pasar como a mí, que me puse de novia con este inútil y para colmo tuve la desgracia de quedar embarazada.”

Cuando terminó la fiesta, mi prima, que es más grande que yo, me dijo que tenía que hablar conmigo en secreto, sin que se enteren mis viejos y los suyos. Es que mis tíos son re jodidos como papá y mamá, esos típicos viejos amargados que se la pasan quejando por todo. Me intrigaba saber que tenía para decirme.

“Estás embarazada”, me dijo. Yo me reí, era imposible. Si nunca estuve con nadie. Ella no me creía y me preguntaba: “¿Cuándo dejaste de ser virgen?”. Sabía todo de mí, tengo 4 hermanos varones y son mucho más grandes que yo. Mis viejos me tuvieron de grandes, por eso la diferencia de edad con mis hermanos. Y mi prima, que tiene 18, es como si fuera mi hermana. “Te acostaste con el chico del boliche, ¿No?”, preguntó. Por supuesto que sabía sobre el rubio, se lo conté al otro día. Le dije que no, con él no pasó nada. Bueno, en realidad en la camioneta me besó y su mano me hizo sentir cosas. Cosquillas dentro de mí que nunca había sentido. No, no podía ser que esté embarazada. Mi primera vez con un chico tiene que ser distinta, no podía ser de esa manera.

Pero esa frase de mi prima sigue dando vueltas en mi cabeza: No quiero estar embarazada, no quiero que nadie se entere. No quiero que sea verdad, mi prima tiene que estar exagerando. Dice que el desmayo fue por eso. Si llega a ser así, me muero. Voy a ir al boliche y me voy a encontrar con el rubio, confío en él.

Pasó otro sábado y al boliche ni fue. Encima, esa misma tarde estaba tomando mates con mi prima y vomité. De repente me empecé a marear y lancé todo. Fue horrible. Mi prima me dijo: “Mira, vamos a ver a un doctor en la salita de la Avenida. Yo le voy a decir que sos mi hermana menor. Que te revise y nos diga que tenés. ¿Está bien?” Le hice caso. Fuimos a la salita. Le dijimos al doctor que no teníamos documento, que nos habían robado. Era mentira, pero teníamos miedo que llamen a nuestras casas. Me atendió. Y pasó lo que pasa en los hospitales, dan malas noticias. Cuando me dijeron que estaba embarazada, no lo podía creer. No entendía por qué, no entendía cómo podía ser. No aguantaba semejante presión. “¡¿Qué vamos a hacer!?”, le dije a mi prima. Estábamos desesperadas. ¡Si mis viejos se enteran, me matan! ¡Me van a echar del colegio! Mis hermanos son todos grandes, cada uno está con sus vidas en sus casas. No tengo confianza con ellos. ¡¿Qué voy a hacer!? Ella tampoco podía contarles a mis tíos, porque era obvio que le iban a decir a papá y mamá. “Algo se nos va a ocurrir, tranquila prima.”

Y ocurrió… Esperaba el colectivo para volver a casa, después del colegio.  Cuando vi un cartel pegado en un poste de luz. “PARTERA - GINECÓLOGO: LLAME AL  15……” Anoté el número y corrí a contarle a mi prima. Ella me tenía que acompañar. Una partera iba a solucionarme todo, me iba a decir si era un bebé de verdad. Llamamos juntas, otra vez se hizo pasar por mi hermana mayor. Pero esta vez ni nos pidieron documento. Solo me preguntaron la edad. Y la señora que atendió el teléfono dijo: “Y ustedes no quieren que sus padres se enteren, ¿No?”. Se había dado cuenta de todo esa señora. Pero en vez de retarnos o denunciarnos, nos citó a una oficina para que los doctores me vean.

Fuimos, el lugar quedaba lejos de casa. En mi casa dije que tenía que hacer un trabajo para el colegio y me acompañaba mi prima. Me llamó la atención, el lugar no era un hospital, sino que era la puerta de un pasillo largo, tenía un cartel que decía “OFICINAS: Al fondo”. Tocamos timbre, tenía portero automático. Directamente sonó el pitido ese para que entremos, no habló nadie desde adentro preguntando quiénes éramos. El pasillo era largo, había varias puertas. La última, la del fondo, tenía otro cartel que decía: “GOLPEE Y ESPERE”. Yo tenía mucho miedo, me temblaban las piernas. Mi prima me daba la mano y decía que estaba todo bien, aunque también la noté miedosa, solo se hacía la valiente por mí. Ahí si se sintió una voz, de un señor que dijo “un segundo por favor.” Abrieron la puerta, ese señor, vestido de jeans y remera, nos invitó a pasar y dijo que nos sentáramos a esperar al doctor. Esperamos 5 minutos en un cuarto sin escritorios, sin ventanas, ni televisores, ni revistas. No parecía una sala de espera. Tenía dos puertas, una donde se metió el señor que nos abrió y otra por donde salió el doctor. Se acercó y nos saludó. Ahí mismo, él parado frente a nosotras, que ni nos alcanzamos a parar, nos preguntó la edad. “Ah, bueno pero tu hermana es mayor de edad. Entonces está bien.” Mi prima le dijo, “solo queremos saber que se puede hacer porque no entendemos muy bien. Y que los viejos de ella no se enteren.” El doctor sonrió y nos dijo que iba a estar todo bien. Que tenía que tomar una pastilla y a la semana siguiente ir a verlo nuevamente para que nos dijera como seguir el tratamiento. Y dijo algo que me tranquilizó: “Tranquila, vamos a hacer que ese embarazo desaparezca. Y vos no vas a sentir nada.” Tomé esa pastilla y me fui. ¿Qué me habrá querido decir con desaparecer el embarazo? Según mi prima, era hacerme un aborto. Lo que sea, para que pueda seguir con mi vida en paz. No podía quedarme sin colegio, sin amigos ni amigas, sin familia y sin casa. Una sola frase de mamá me retumbaba en la cabeza: “Acá, si venís embarazada, te rajás de casa y que te atienda tu marido o novio. Pensá eso cuando seas grande. Vas a tener que estar muy segura y ser mayor de edad, cosa que puedas irte de casa.” De hecho, a uno de mis hermanos lo echó cuando se enteró que la novia estaba embarazada. Al final se separaron antes de que ella perdiera el embarazo. Yo no tenía novio, porque el amor de mi vida no estaba conmigo, todavía no lo había vuelto a ver. Entonces no iba a tener adónde ir. Mi prima tampoco dijo nada, por eso a su casa no iba a ir. Mis tíos le contarían todo a mamá. Estaba acorralada.

Esa semana pasó rápido. Volvimos a ver al doctor… doctor…  doctor… No recuerdo su nombre. O nunca lo dijo, no lo sé. Tenía tanto miedo, que solo pensaba en solucionar todo el problema. Encima nos había citado en otro lugar, mucho más lejos. En una esquina, dijo que nos pasaría a buscar en su “camioneta sanitaria” (nombre raro, en vez de decir ambulancia). Fue un recorrido largo, se metió por calles que no conocía y se veía poco, estaba toda la camioneta polarizada. Era todo muy oscuro. Cuando llegamos, solo pude ver un portón grande que nos hacía entrar a un galpón. Al final de ese galpón gigante, una puerta nos llevaba al consultorio. Tenía una camilla y una luz blanca apuntaba directamente al centro de esa camilla. Sobre una mesa, computadoras y una caja que decía “materiales”. Al doctor lo acompañaba una señora gorda, vestida toda de blanco. Creo que era la enfermera. A mi prima no la dejaron pasar, le dijeron que era mejor que yo estuviera sola para que me tranquilizara más. Le pedí que ella estuviera al lado mío, el doctor me prometió que si primero entraba sola, al ratito la dejaba pasar a ella. Dijo que era por seguridad. No estaba muy convencida, pero acepté. Total, iban a ser unos minutos y después iba a entrar mi prima.

“Te vamos a inyectar esto, para que te relajes…Vas a sentir que te dormís. Todo va a estar bien”, dijo esa señora de manos grandes y dedos gruesos. Se me cerraron los ojos y empezó un sueño re lindo: Era yo, en el boliche, buscando a ese hermoso chico rubio. De repente aparecía, me daba la mano y me invitaba a bailar. Todos nos miraban. Él me proponía noviazgo, yo aceptaba y nos besábamos. Pero después de besarlo le dije: “Por favor, no quiero ser mamá ahora. Cuando tenga más de 21 nos casamos y tenemos hijos… ¿Está bien?”. Él se reía y me decía que yo era re linda. Me abrazó y aparecimos en una montaña, cuando intenté mirarlo a los ojos, su cara se borraba. A mí no me importaba, era feliz porque un chico me había dicho que yo era linda. Lo amaba, me enamoré a primera vista y nunca iba a olvidarme de él, de sus ojos, de ese beso. Miré fijo al sol y el brillo creció tanto tanto, que me encegueció. Hasta que el lugar se convirtió en una luz que cubrió todo. ¡Qué lindo sueño!


No entiendo porque todos lloran. Está mamá, está papá. Mis hermanos, todos varones grandes que nunca vi llorar, lo están haciendo ahora. Veo a mis tíos, pero no veo a mi prima. ¿Por qué todos lloran así? Papá siempre tuvo cara de enojado y siempre dijo que “los hombres no lloran, lloran las mujeres o los maricas”. Se está contradiciendo. Ahora parece un bebito, agarrado de la mano de mamá. ¿Qué hacen las chicas del colegio? También están llorando, todas abrazadas entre ellas. Con las profes, la directora del colegio… ¡La directora abrazando a mamá! Me acuerdo que la última vez que se saludaron fue el año pasado, cuando me dieron el diploma de “mejor compañera”. Pero ahora no entiendo por qué. Si mamá siempre la criticó, dijo que es una vieja amargada. Las chicas del Club, siempre fueron las chicas más alegres y divertidas, algunas se hicieron muy amigas mías. ¿Por qué están tan tristes?

Hay algo mucho más raro todavía, que no logro entender: ¿Qué hacen mis telas de danza aérea apoyadas sobre ese cajón? ¿ Y… por qué estoy escuchando la música con la que suelo bailar? Bueno, voy a decir algo que capaz les moleste o me digan que soy mala por pensar así. Pero mientras veo esto, el hecho de escuchar esta música me transmite paz.

¿Y por qué no puedo bailar? Por algo que me acabo de dar cuenta:
Puedo ver todo, puedo verlos a todos llorando, tocando ese cajón y besando mis telas. Veo y escucho esta música tan linda. Pero no puedo bailar… ¿Por qué? Porque no tengo cuerpo. No sé cuándo dejé de tenerlo. Tampoco sé qué pasó esa noche en el boliche, donde conocí al amor de mi vida, ni mucho menos si ese sueño tan lindo fue real. No sé qué hicieron de mí, aquella tarde en ese lugar donde iban a solucionarme el problema. Una sola cosa sí puedo saber: No solo hicieron desaparecer ese embarazo que yo no había buscado, sino también me hicieron desaparecer a mí. Por eso no puedo bailar, por eso me lloran.




**********


Yo también aborté. Y perdí  al amor de mi vida. 

Me llamo José, tengo 18 años. Dejé el colegio para ayudar a mi papá en la verdulería. Mamá no tiene trabajo, cada tanto va a limpiar a casas de familia por unos mangos, pero no le suelen pagar muy bien. Tengo cuatro hermanitos, dos nenes y dos nenas, más chicos que yo. Mi amor se llama Violeta, es la chica más buena y dulce del mundo. Con ella, todo es lindo. Es mi cable a tierra, el motivo para sonreír cada día.

Una tarde, volviendo en colectivo con mi novia vimos un cartel que parecía ser la solución al gran problema en el que estábamos. Decía "PARTERA 4244-XXXX". Memorizamos ese número de teléfono, ella estaba convencida y me pidió por favor llamar. Yo, al principio, me negué. Le dije "mejor vayamos al Hospital y contémosle el problema a algún doctor". Violeta no quería eso. Solo me respondía "ni loca, tengo 17 años y si mamá se entera le va a contar a mi padrastro. No quiero que me vuelva a pegar ese hijo de puta". No sabíamos que hacer. La realidad de nuestras familias no era fácil.

Al papá de mi novia lo habían matado hace unos años, cuando fue con su banda a robar el almacén chino del barrio, la mamá me odiaba porque decía que yo era "un bruto que no va al colegio". En mi casa, si papá se entera, no me iba a dejar laburar más en la verdulería y me rajaría de casa. Una vez me amenazó bien claro, cuando mi novia pasó por la verdulería a buscarme para ir a bailar: "Esa pibita se viste como trola y te provoca. Si vos le hacés un pibe, yo te mato", me decía todo el tiempo. Mamá también… se la pasa maldiciendo por haber tenido tantos hijos, cada vez que mi hermanita más chica llora y pide mamadera, mamá le pega y le dice "nena, no tengo plata para comprarte leche, tomá agua y no jodás."

"No quiero tener ese bebé", me dijo llorando. "¿Te imaginás lo que nos van a hacer cuando se enteren que estoy embarazada?". Con eso me convenció. Tenía tanto miedo, por ella y por mí. Mi novia es la mujer más linda del mundo, pero desde que se enteró se la pasaba llorando y con miedo. Decía que cuando se le note la panza, en la casa la iban a matar y no íbamos a poder estar juntos. No aguantaba verla así, no soportaba la presión. Además, no sabía con qué plata iba a darles de comer. 

Nos habíamos conocido hace dos años, en la plaza. Ella estaba con sus amigas y yo con los pibes. Vino su mejor amiga a decirme que me tenía ganas. Esa misma tarde la encaré y me la llevé al terreno baldío que está atrás de la estación de servicio, debutó conmigo. Me dijo que accedió porque yo soy fachero y con pinta de buen pibe. Desde esa vez, teníamos sexo todo el tiempo. Y nos pusimos de novios. Así, felices, íbamos para todos lados. Pero nunca habíamos planeado tener familia, ella estaba por terminar el último año del colegio y yo me negaba a volver a estudiar. También sabía que no iba a volver a robar, se lo prometí a ella. Es que esta piba me cambió la vida, la más linda del barrio estaba conmigo. No podía cagarla. En cuanto al sexo, lo hacíamos con forro, hasta que una noche me había quedado sin plata. Estábamos tan bien, que probamos de hacerlo así, sin nada. Probamos y no pasó nada. Mis amigos me decían que si acabás afuera, no pasaba nada. Sobre sexo en casa no se hablaba, era tema “tabú”, nunca entendí porque, pero bueno…

Ese cartel en el colectivo. No puedo olvidarlo. PARTERA, decía.
Vimos el cartel, nos miramos y Violeta me dijo: "Llamemos, por favor". Después de discutir un rato, bajamos del colectivo y llamé. La señora que me atendió me prometió varias cosas. Que era rápido, sencillo, accesible, fácil y que no le iba a pasar nada malo a ella, también me dijo que era barato y lo podía pagar en cuotas, que no hacía falta ir con nuestros padres y que yo la podía acompañar. "Es una pastillita, la toma y listo". Esa señora tenía una voz tan dulce, que parecía mi abuela. Nos transmitió seguridad, nos dio confianza. Yo le pedí por favor que nuestros padres no debían enterarse, que ella tenía que volver al colegio. La señora me garantizó que íbamos a poder hacer la vida normal, sin problemas. Por momentos decía palabras raras, no las entendíamos bien. Teníamos el celular en altavoz, para que mi novia también escuche. Aunque ella no hablaba, solo me miraba y movía la cabeza como diciendo "si".

"¿Cuándo podemos ir, doctora?", le dije.

"Yo no soy la doctora, tenemos un equipo de profesionales acá en el lugar. ¿Te paso la dirección y vienen mañana? Solo tienen que traer 400 pesos.", me respondió.

Violeta abrió los ojos grandes y me hacía señas. Yo no entendía, por eso le tuve que decir a la señora que me espere un segundo. Me dijo que le pregunte el nombre del doctor. Le hice caso.

"Cuando vengan les presento a los doctores. Son varios y muy buenos. Ustedes vengan tranquilos, les vamos a hacer algunas preguntitas previas a la operación. Sepan algo, más tiempo dejan pasar, peor para ella", aseguró.

Listo. Esa era la única solución a nuestro problema. Fuimos. Me costó conseguir los 400 mangos, tuve que venderle mi cadenita a los transas del barrio. Esos pibes compran cualquier cosa.


Salieron dos doctores, ya habían terminado. Me hicieron esperar como 2 horas sentado en el pasillo, hasta que por fin me dejaron entrar a la sala. Pobrecita, nunca la vi así. Toda ensangrentada, pálida y más flaquita que antes. Estaba semi-dormida. Apenas abría los ojos, me dio la mano y sonrió. Me dijo: “Me siento mal”. Le pedí ayuda al enfermero que estaba ahí. Me dijo que tenía un poquito de fiebre, “es normal en estos casos, levanta un poco de temperatura por las defensas… pero tranquilos, en un rato se le pasa y ya se pueden ir a su casa.” El enfermero era un pibe joven, parecía venir de otro país, por su forma de hablar. Y esos doctores que habían salido, no volvieron a entrar, no los volví a ver durante las horas que estuvimos ahí. Incluso el pibito se fue, me saludó y me dijo que iba a venir la señora que nos atendió para “darnos el alta”. No me gustó que se vaya, pero no podía pelearme con el enfermero delante de mi novia, iba a ponerla más nerviosa. Y se la veía muy débil, pobrecita mi amor. Así que nos quedamos los dos solos, en esa sala con olor a humedad y manchas en la pared. 

De repente, me vinieron unas ganas tremendas de ir al baño. “Amor, voy al baño y vuelvo”. Ella me apretó la mano y me dijo “no te vayas por favor, no me dejes sola”. Le expliqué, era una urgencia, los nervios me hacen ir a cagar, ella lo sabe. Por eso lo entendió. Buscando el baño, entré por error a una cocina. Cuando abrí la puerta, 2 cucarachas salieron rápido y me hicieron asustar. ¡Era un asco esa cocina! Frente a un televisor, estaba la señora, echada en el sillón, roncando como una osa. No sé como podía dormir, entre las cucarachas y la baranda a podrido que había en esa cocina. Al baño prefiero ni describirlo, porque era mucho peor. Volví a sentarme al lado de Violeta, se alegró de verme y durmió con una sonrisa. Era tan linda cuando dormía, me encantaba verla descansar. 

Nos despertó la señora. “Chicos, ya pueden irse”. Si, yo también me había quedado dormido. Miré la hora, 8 de la mañana. Habíamos pasado toda la noche ahí.
Ayudé a mi novia a levantarse, estaba muy debilitada. Salimos del lugar, no tenía plata para el remis, así que tuvimos que tomar el bondi. Como el pantalón de Violeta tenía manchas de sangre en la zona de la entrepierna, la señora nos ofreció una pollera larga para “tapar”. Se la puse por encima del pantalón. Ella no tenía fuerzas para cambiarse sola, se quejó porque quedaba mal ponerse una pollera arriba de un pantalón. Pero no quedaba otra. 

Fuimos a mi casa. Por la hora, papá todavía debía estar en la verdulería, mamá iba a limpiar una casa hasta tarde y los chicos estaban en el colegio. Mi habitación tenía llave, podíamos encerrarnos ahí, nadie nos iba a ver. Ese día no fui a la verdulería, esperé a que lleguen todos para salir. Cené con mi familia, escondiéndola en la pieza. La dejé sola ese ratito para comer, terminé rápido y le dije a mis viejos que me iba a dormir porque estaba cansado. Antes de irme papá me frenó y me dijo: “No sé que te pasa. Igualmente vos ponete bien que mañana te necesito en la verdulería”. Me complicaba mucho, quería quedarme con Violeta. ¿Qué excusa le iba a poner? No recuerdo que inventé, pero me creyó y pude quedarme un día más. Todo un día juntos, descansando como debía ser. Le pregunté si quería llamar a su casa, no quiso. Su mamá siempre salía “de joda” con el novio, iban a boliches y vivían borrachos. Muchas veces pasaban días enteros y ellos no aparecían. Estaba segura que su mamá estaba afuera con el novio.  

A la mañana siguiente me despertó el golpazo de mi papá a la puerta. “Dale pendejo, es tarde… ¡Apurate que tenemos que ir al Mercado a buscar frutas y verduras!”. Mi amorcito dormía, ni sintió el ruido. No la iba a despertar, por suerte en la habitación había dejado comida, bebida y hasta remeras mías de sobra, por si ella necesitaba comer, tomar o cambiarse de ropa. No le iba a faltar nada. Le di un beso en la frente, noté que estaba calentita, habría tomado un poco de fiebre por la madrugada tal vez. “Ya voy papá, andá saliendo que meo y te alcanzo.” Me vestí muy rápido, me puse lo primero que encontré. Alcancé a agarrar una remera, ponerme el primer pantalón que manotié y la campera. Papá me esperaba en la vereda, “dale que llegamos tarde…vamos al Mercado, cargamos la chata y cuando cerramos el local a la tarde me tenés que acompañar a devolver unos cajones”, me ordenó. Yo tenía que volver temprano, por eso me animé y le dije “no puedo, tengo que volver ni bien cerramos porque tengo una cosa que hacer”. Papá me miró fijo, me apretó el hombro con su mano derecha y me dijo sonriendo como un mafioso “vos te volvés a casa conmigo cuando terminemos todo, ¿entendiste vago de mierda?” 

Habíamos llegado muy temprano al Mercado. Es un lugar gigante, estaba amaneciendo. No recuerdo la hora que me despertó, pero tranquilamente podría ser a las 5 de la mañana. Cuando cargamos el primer cajón en la camioneta, papá me miró el pantalón y me preguntó qué era esa mancha de sangre en la pierna. Inmediatamente me acordé del momento que vi a Violeta en la camilla y me tiré encima de ella para abrazarla, por la emoción de verla. Ahí se me manchó el pantalón, claramente no me había dado cuenta. Hasta ese momento, entre cajones de verduras  con la vista de papá fija en mí, no me había visto esa mancha. Recordé que ese día, tenía puesto ese mismo pantalón. “Me debo haber manchado con los tomates…”, tiré. Obviamente ni me creyó. “¿Vos te pensás que yo soy boludo?, ¿En qué andas vos? Más te vale que no estés robando o no te hayas mandado ninguna cagada, porque de las piñas que te voy a dar no te van a quedar ganas de joder más”, me advirtió con su tono de siempre. 

Estuve todo el día con dolor en el pecho, mirándome una y otra vez esa mancha. No dejaba de pensar en Violeta, quería irme a casa. Ella no tenía celular, en mi pieza no había teléfono. Al fijo de casa no podía llamar. Estaba preso, no podía hacer nada, sólo esperar a que se termine el maldito día para volver.

Llegué a casa, entré corriendo a la habitación, desesperado. Tan apurado, que dejé la puerta abierta y no me di cuenta que mamá venía atrás mío para saludarme. Ni bola le dí. 

Ahí estaba Violeta, acostada exactamente con la misma postura que tenía cuando me fui. Le besé la frente, pero ya no estaba calentita. Fue la frente más fría que besé. Y ese beso, fue el último que pude darle.



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Escrito por Rodrigo Gauna, con profundo respeto y seriedad.
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miércoles, 17 de enero de 2018

Cuando conocí la Violencia de Genero

Año 2009. Lomas de Zamora.

No discutían. Él le recriminaba cosas. Muchas cosas, todas juntas. Le decía que estaba cansado de verla bailar tan cerca de "ese pelotudo". Ella se defendía de las acusaciones. Alzaba la voz cada vez más. "Basta...Dejame bailar con quien yo quiera", repetía.

Al parecer, esa respuesta no le gustó al muchacho. Desencajado, alzó su mano derecha y la empujó. Ella cayó al piso. Él se acercó para mirarla desde su lugar e insultarla. Usó una palabra que ni vale la pena escribir. La repetía una y otra vez. Ella, desde el piso, estiró sus piernas para defenderse como si estuviera pedaleando. Él la pateaba cual bolsa de basura. A esa altura, ya era una imagen despreciable, repudiable. Él era un violento; ella, una víctima.

Todo, desde el inicio de la discusión hasta esa brutal patada, se dio muy rápido. Fueron segundos. Lo sé, porque estuve ahí, justo en la esquina de enfrente. Es el relato de un testigo principal. Venía caminando solo, cuando me percaté de semejante situación anteriormente descripta. Pero no quedó ahí.

Cuando todo estaba fuera de control, miré a mi alrededor buscando alguna persona que me ayude. No encontré a nadie. Mi mente me pedía actuar inmediatamente. El temor frenaba mis piernas, hasta que algo en mi interior me empujó. Crucé la calle mirando para todos lados, vi a un pibe que venía caminando por la calle opuesta. Le grité: "Flaco ayudame, le está pegando a esa chica". No me ayudó, igual seguí. Llegué a estar al lado de los dos. Ella seguía en el suelo, gritaba y lloraba. Él seguía pegándole patadas y emitiendo un listado horrendo de improperios.

Tardé 3 segundos en llegar e interponerme. Lo empujé con fuerza. En el movimiento, su buzo cayó al piso, justo al lado de ella. "Andate de acá, loco", le dije. Lo confieso, le grité con tanto temor a una represalia hacia mi persona que la voz sonó temblorosa. Aún así, seguí en mi acción. Me agaché para ayudarla. Con una mano la levanté, con la otra le arrojé el buzo en la cara al violento, para que éste no se acercara. Volví a exigirle que se retirara.

Ese temor interno de una represalia se fue, por suerte él se marchó. En su retirada, la señalaba con el dedo y le decía: "Deja de hacerte la linda con todos", "Sos una...", "No te quiero ver más". Cada palabra de él, me dolía más a mí. Recién ahí lo miré a los ojos para decirle: "¿Estás loco? ¿Porqué no te vas y dejas de molestarla?". Me miró, algo enajenado y a su vez avergonzado, pero su orgullo "varonil" dañado lo obligó a irse, en silencio. Tal vez mis palabras, con el llanto de la chica de fondo y mi mirada incisiva hicieron que se vaya.

Inmediatamente, ella se sentó y comenzó a llorar desconsoladamente. “Tranquila, ya se fue. No te va a pasar nada”, le dije sosteniendo su brazo mientras intentaba levantarse. El llanto tenía tanta fuerza, que hasta las lágrimas le pesaban, por eso volvía a sentarse. Con una mano sobre su espalda, le pedía que se calmara. Ella me respondió: “No sé porque me trató así. Yo no hice nada”.

Me llamo Rodrigo, vivo acá cerca. Te acompaño hasta la Comisaría para hacer la denuncia”, fue mi respuesta hacia ella ni bien secó sus lágrimas y me pidió perdón por el mal momento que me había hecho pasar. Insistí. “Vos no me hiciste nada, no tenés la culpa. Ese chico no está bien. Primero lo tenés que denunciar para que nunca se vuelva a acercar a vos. Después, lo tienen que ayudar psicológicamente. Para no volver a ser tan violento”. Lucía, además de triste, atormentada.

No, por favor no. Yo provoqué esto, dijo.

Vos no provocaste nada. Te gritó, insultó y pegó. Eso no se hace. ¿Cómo te llamás?, pregunté.

Clara… No voy a denunciarlo. Voy a cortar con él y listo.

- Bueno Clara, vamos a hacer lo siguiente. Te voy a acompañar hasta una remisería, para que vayas a tu casa y descanses. Pero mañana, más tranquila, deberías levantarte y acercarte a una Comisaría. Solo vas a contarles lo que te pasó y darles su nombre, para que te cuiden y eviten que se te vuelva a acercar, ¿Si?

Justo cuando se disponía a responderme, su teléfono celular comenzó a sonar ininterrumpidamente. Lo miró con miedo: “Son mensajes de llamadas perdidas de él”, me dijo. El celular siguió sonando, “ahora me escribió…”. La interrumpí: "Ni los leas, tampoco le respondas las llamadas". Clara los leyó igual:

“NO TE QUIERO VER”, “Sos la peor”, “me arruinaste la vida”.

Volvió a llorar desconsoladamente. En el bolsillo de mi campera tenía pañuelos descartables, que fueron ofrecidos para mitigar tantas lágrimas.

Cuando comenzó todo, el reloj marcaba las 7:10 aproximadamente. Recuerdo la hora porque en Constitución me había tomado el tren de las 6:50 que tarda 20 en llegar. El lugar del triste episodio era una esquina a 3 cuadras de la estación. Suelo volver en colectivo, pero esa mañana había decidido caminar las 13 cuadras que me separan de la estación hasta mi casa. Pasé por esa esquina a las 7:10 a.m. Eran las 8:30 y todavía seguíamos Clara y yo sentados en la vereda conversando. A esa altura, ya me había contado toda su relación enfermiza de celos, escenas y berrinches. Me había confesado que estaba bailando con su ex novio, justo delante de él, para provocarlo y darle celos. Aún así, con su confesión avergonzada delante de mis ojos, mi respuesta fue: Ni eso ni nada justifica lo que te hizo. Vos no tenés la culpa de su reacción violenta ni de sus celos. Él está equivocado y una persona así es peligrosa. Por eso deberías alejarte; y él, recurrir a ayuda psicológica.

Nos levantamos y caminamos lentamente hacia la remisería, luego de que prometiera iniciar acciones al respecto. “No me voy a quedar de brazos cruzados, mañana lo voy a denunciar”. Con esa promesa, podía quedarme tranquilo que iba a animarse. Es que, después de escuchar toda la historia de Clara con su novio, del comienzo hasta esa penosa noche en el boliche, hubo una palabra que la hizo entrar en razón. “Clara, opino que tienen una relación TOXICA”.

- Suena horrible eso. ¿Qué significa?, preguntó intuyendo la respuesta.

- Que pueden quererse, o no, pero lo cierto es que se lastiman. En este caso, el que más daña es él con su actitud. Vos sos la principal perjudicada, él también. Aunque sea hacelo para protegerlo.

- Y así evito que pueda lastimar a otra chica en un futuro, interrumpió.

- Si. Esto que te pasó tiene que servir. No tenés la culpa de nada, pero podés demostrar lo fuerte que sos ayudando a los demás. Sos libre de bailar con quien quieras, de divertirte y ser feliz.

Entramos a la remisería. Pidió un auto hasta su casa y me preguntó si quería usar el mismo auto para ir a mi casa. Acepté, con la condición que primero pase por su casa, así me aseguraba que llegaba sana y salva. Llegamos a su casa, me saludó y se fue. Luego nos dirigimos a la mía. El remisero, al doblar la esquina, se dio vuelta y con una mirada asquerosamente cómplice me dijo: “Linda piba, ¿es tu novia o la estabas chamuyando?”.

- Ni una, ni otra. Es la primera vez que la veo en mi vida, respondí con tristeza intuitiva de la dirección que llevaba la charla.

- ¡Qué ganador! ¿Y qué pasó? ¿No entrega? ¿No te la pudiste llevar al telo?. No me equivocaba.

Harto. Respondí casi a modo de vómito verbal: Usted es un hombre grande. De esa chica solo sé su nombre y edad. Tiene apenas 19 años, no sé si tiene hijas usted pero por la edad ella podría serlo. ¿Se imagina si viene su hija a contarle que su novio le acaba de pegar patadas, en la calle, porque ella bailó con un chico?

- ¿Eso le pasó a esta chica que acabamos de dejar?, preguntó sorprendido.
- Si. Y mucho más, pero no le voy a contar. Solo le pido respeto, por ella y por cualquier mujer.

Debo admitirlo, con los choferes de los autos que me trajeron de boliches, esas conversaciones han sido moneda corriente. No seré hipócrita, hasta esa mañana, mis respuestas hubieran sido jocosas. Son los mismos remiseros quienes cuentan sus aventuras con pasajeras o quienes tocan bocina desesperadamente cuando una mujer pasa. Lo admito, he festejado esa clase de actos. Me he reído, con la complicidad que un joven de 20 años puede tener, de semejante demostración de machismo pedante. Sin embargo, después de ese episodio, algo en mi cambió.

Al día siguiente me levanté y no le conté a nadie. No paraba de pensar en esa chica. Recordando la dirección, un impulso me llevó a subirme a la bicicleta y pedalear hasta su casa. Eran las 19 horas de un frío domingo. Estaba oscureciendo. Llegué rápidamente y toqué la puerta. Abrió ella, me sonrió y salió a la puerta.

- Perdón por venir, solo quiero saber si estás bien, le dije.

- Estoy bien. Gracias por ayudarme. No lo denuncié, pero tampoco le respondí sus mensajes y dejó de molestarme. No le voy a hablar nunca más, entendí que de eso que hizo no se vuelve…, la interrumpí con un breve y respetuoso abrazo. Así nos despedimos. Regresé a mi casa, con una satisfacción enorme. Tal vez la denuncia hubiera sido algo que me deje más tranquilo, pero su respuesta parecía convincente. Clara estaba bien.

Meses más tarde…


Ya era primavera, desde aquel otoño donde la conocí que no volvía a verla ni saber de ella. El clima era agradable, caminaba cerca de casa por la tarde cuando me encontré con Clara en la parada del colectivo. Llevaba una frescura en su imagen, inédita para mí. Escuchaba música con auriculares e incluso movía sus piernas al ritmo de la música que, creo, era alegre. Me acerqué para saludarla:

- Hola, ¿Cómo estás tanto tiempo?, le dije sonriente. Se alegró de verme, pero inmediatamente agachó la cabeza y evitó la mirada, como escondiendo algo. - ¿Estás bien?

- Hola, si estoy bien. Un poco triste porque hace 3 semanas corté con mi novio, respondió.

- Te habías puesto de novia de nuevo con otra persona, ¡Qué bien!, dije con sinceridad, pensando en todo lo que había podido superar. Cuando me dijo “En realidad es con él. Lo había perdonado, habíamos vuelto y estaba todo bien” entendí a que se debía el motivo de su mirada hacia abajo.

- Tranquila, no me voy a enojar, dije y me reí. Ella también se rio, bastante incómoda por la situación. Lo único que quería saber era si le había vuelto a pegar.

- Si querés no me respondas, pero ¿lo volvió a hacer?.

- No. Simplemente cortamos porque volvió a actuar con celos, entonces lo dejé. Y ahora es definitivo, nuevamente su respuesta parecía convincente. El colectivo aparecía para dar por terminada la conversación. Se subió y no la volví a ver.

Quedaba en mí una sensación de incertidumbre, mezclada con pena y miedo. No podría explicar el motivo de tales sensaciones, pero recuerdo muy bien las preguntas que pasaron por mi cabeza y el mea culpa que rondó por mi conciencia los días posteriores. ¿Será definitivo realmente o volverán a estar juntos? ¿Él habrá cambiado? ¿Yo debería haber seguido insistiendo?

Hoy, con 30 años vividos, no puedo reprocharme nada. En ese momento hice lo que otro no se hubiera animado u optado por el penoso “no te metas”. Aquella vez, obré de manera correcta, lo sé. Era joven, inmaduro e inexperto en esos temas. Sin embargo crucé la calle, fui valiente. Puse, literalmente, el cuerpo a un hecho que años más tarde sería nombrado como VIOLENCIA DE GÉNERO. Por aquel entonces, solo era un tema de pareja. Incluso recuerdo que las pocas personas que lo supieron me dijeron: “¿Pero cómo te vas a meter así?” “¿Mirá si te hacía algo ese pibe?” Por eso, no me recrimino nada. Solo me comprometo a seguir este rumbo y tener los ojos bien abiertos, atento a las injusticias que la vida presente.

Es un hecho real. Ocurrió en el año 2009, en pleno centro de Lomas de Zamora. Fue una mañana de domingo, luego de una noche de sábado en el boliche. Yo tenía 21 años, volvía de una fiesta con amigxs en Capital Federal. Ella, 19. Su nombre real lo modifiqué para preservarle la verdadera identidad.

Varios años después, en 2015, comenzaron en nuestro país las marchas de #NiUnaMenos por la violencia que sufren las mujeres y la conciencia social sobre la lucha contra el machismo creció bastante. Este tema me tocó de cerca, mucho antes que a cualquiera. Agradezco haber estado ahí aquel día. Por algo fue, hoy lo puedo entender.






A “Clara”: Nunca más supe de vos, ojalá estés bien.

Rodrigo Omar Gauna.

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