miércoles, 28 de junio de 2017

LA INFORMACIÓN ES LAVA

Hoy, el periodismo se encuentra en jaque.

¿Por la amenaza a la reina de la información? ¿Por la irrupción de las nuevas tecnologías? ¿Por lo efímero del tiempo que cuentan las producciones? ¿Por la abundancia de datos? ¿Por el peligro de extinción de los peones de la profesión? ¿Por las redes sociales que patearon el tablero?

Nada de eso. Y un cóctel de todo eso también. Con sus pro y sus contra. Lo que sí resume que se está viendo en los medios es lo siguiente: Se toman las cosas como un juego. Un macabro juego de roles donde muchos se disfrazan de propietarios de la verdad.

Vivimos en tiempos donde cualquiera con un micrófono, luciendo saco y corbata (o sin ella), ante una cámara prendida, dice y desdice a gusto y "piacere". Informa y mal-informa como se le de la real gana. Persiguiendo intenciones, intereses o caprichos. En fin, lo que siempre se hizo pero ahora sin tapujos. Más falaz aún, bajo el escondite de un anonimato tuitero, ocultado en la máscara de ese personaje ficticio que dice ser un "periodista sensible emocionado por lo que sufre el otro" o simplemente en la arrogancia del soberbio profanador de valores éticos. En la inimputabilidad que asumen los que no chequean se camufla lo inmoral de su accionar.

Tomarse las cosas como un juego puede ser divertido. Para algunos. Solo para los que ignoran que aquello que están diciendo es tomado por receptores capaces de apropiarse de ello como un modo de vida, como una verdad irrefutable, indiscutible por "estar en el diario", porque "lo escuché en la radio" o "lo dijeron en la tele". En ese abuso, con total irresponsabilidad y negligencia, se lanza un apresurado "se murió Fulano" al más vital de los fulanos que cuando se auto-convence de estar vivo (porque hasta el mismo Fulano cree haber muerto) llama a su madre para decirle: "Reviví". Y aquel que dio la mala noticia tiene que dar una peor aún. "Fulano está vivo". Así, lamentado por la buena salud de ese fulanito que creía muerto, se ríe con sus pares de lo acontecido y entre todos lanzan a pura carcajada: "Que se muera de una buena vez este Fulano".

Es un juego donde no existen ganadores ni perdedores. Simplemente se juega. La diversión se topa con el deseo, aumenta la libidinosa morbosidad de verse al espejo del egocentrismo de la opinión sin medida. Ese ser individual cobra vida en su papel, asume el rol que le tocó y comienza a actuar. No le interesa lo que diga su fuente como fuente de información, sino le preocupa lo que tenga para opinar de ella. No le quita el sueño darle voz al silenciado, sino hablar por él con el prejuicio como bandera. El argumento ya no es "esto merece ser contado" sino "está bueno". Como en cualquier juego hay reglas, aquí pasa lo contrario. La única regla es no tener ninguna reglamentación o, mejor dicho, burlarse de ellas.

Por todo esto y mucho más, informar ya no es el objetivo. Como en el ajedrez, la buena estrategia es aquella que se piensa. Hoy, el periodismo como vocación seria, parece no tener una buena estrategia. Está siendo avasallado por todo lo que pase a su alrededor. Está en jaque. No de sus rivales. No lo ha cantado otro jugador, más bien el mismo periodismo. No le quedan piezas por mover, solo evitar tocar el suelo que quema. Y si eso pasa, que alguien esté con un celular cerca para grabarlo y subirlo a Youtube con el título: "Muere periodista jugando al piso es lava"



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